martedì 27 agosto 2024

Gabriel. Amor criminal - Primer capítulo

 


Mi vida fue una sucesión de errores y elecciones equivocadas.

Mi primer error? Haberme enamorado de un hombre que terminó en la cárcel y haberle prometido que lo esperaría.
El segundo error? Casarme con un hombre para olvidar al primer amor.
El tercer error? Descubrir el engaño de mi esposo y desahogar la desesperación en ese endemoniado bar.
Tres errores y todo se desmoronó.
Una mirada, una caricia, esa voz que sabía doblegarme a su voluntad y así se cerraba el círculo, haciendo que volviera a encontrarme con mi primer error.
Podía hacer que mi vida empeorara aún más?
Sí, con una mentira.


Capítulo 1


“Adónde fuiste ayer a la noche?”, me preguntó violentamente Gabriel de inmediato.

“Te dije que me quedaba a estudiar con Elisa y Hope. El examen final se acerca y estoy un poco retrasada con algunas materias”, me justifiqué, entrando en el apartamento del muchacho.

“También estaba tu compañero de clases? Ese que siempre está cerca de ti”, preguntó nervioso.

“Quién? Romeo?”

“No pronuncies ese nombre en mi presencia!”, se enfureció de repente, dando un puñetazo al muro que estaba detrás de mí. Desde que había visto a Romeo poner un brazo alrededor de mis hombros e intentar besarme en contra de mi voluntad, estaba prohibido hablar de él en su presencia. Me había llevado una semana tranquilizarlo y convencerlo que no fuera a golpearlo e intentar salvar la relación que ya estaba completamente desaprobada por mis padres, debido a la diferencia de edad y por los negocios turbios de su padre.

“Gabriel, te amo, lo sabes”, intenté calmarlo. Después de un año, había aprendido a conocerlo lo suficientemente bien como para saber que esas escenas de celos podían derivar en arrebatos de ira incontrolables sino lograba permanecer tranquila. Incluso si él tenía cinco años más que yo, a veces tenía la impresión de ser más grande y madura que él.

“Intenta mentirme y…”, comenzó a amenazarme, tomándome por el mentón y sosteniendo mi cabeza inclinada hacia él. Sus ojos negros miraban fijamente los míos color castaño. En su mirada podía leer todo su tormento. Sabía que me amaba pero podía sentir su miedo a perderme.

Después de casi un año me había vuelto todo su mundo, la única cosa pura y maravillo que tenía en su vida, como me decía a menudo.

“Te amo demasiado como para traicionarte. Eres la cosa más hermosa e importante de mi vida”, le susurré dulcemente, tomándole el rostro entre las manos y acariciándole la mandíbula contraída.

Ese gesto funcionó y lentamente dejó la presa.

“Yo también te amo. No sé qué haría si te perdiera.”

“Eso no sucederá jamás.”

“Prométemelo.”

“Te lo juro”, dije acercándome para besarlo.

“Si rompes este juramente no podré perdonarte nunca”, murmuró Gabriel antes de tomar posesión de mi boca con avidez hasta hacerme perder la cabeza con un beso apasionado.

Gabriel era así: inestable, irascible, agresivo, posesivo, rudo, pero también sabía cómo ser el hombre más dulce y amable del mundo.

Mi mejor amiga, Hope, estaba asustada por ese hombre de veinticuatro años, hijo de un narcotraficante y de una mujer adicta a las drogas. En él, veía sólo los genes enfermos y criminales de su familia.

También mi amiga Elisa no había tomado de buena forma nuestra relación al inicio, porque temía que me hiciera sufrir pero luego había visto cómo me trataba Gabriel cuando estaba tranquilo y eso la había tranquilizado mucho, tanto como para apoyarnos en nuestra historia de amor y cubrirme cuando pasaba la noche en la casa de él.

En un instante, Gabriel deslizó sus manos bajo mi top azul y me desabrochó el sostén, sin dejar de besarme.

Dejé que lo hiciera y lo complací, levantando los brazos para que me quitara la ropa.

“Rayos, qué hermosa eres”, susurró Gabriel separándose de mi boca y admirándome los senos entre sus manos.

Me cubrí el pecho por la vergüenza. Su mirada excitada fija sobre mí todavía tenía el poder de asustarme y no conseguía acostumbrarme a esa sensación.

“Sabes que no quiero”, se enojó tomándome por las muñecas y llevándolas detrás de mi espalda, de tal manera que consiguió bloquearme con una mano, mientras que con la otra volvió a acariciarme hasta hacer que mis pezones ya sensibles y turgentes se endurecieran. “Muy bien, pequeña”, murmuró Gabriel sintiéndome gemir y arquearme hacia él. Adoraba sentir que perdía el control y que me perdía entre sus brazos. “Me vuelves loco, sabes?”, me dijo besándome y lamiéndome los pezones que luego chupó con avidez. Permanecí quieta como él quería, abrumada por las oleadas de placer que me estaba dando y que se extendían por todo mi cuerpo, haciendo que mi bajo vientre se contrajera dolorosamente.

Sonreí saboreando esa emoción que me convertía en arcilla entre sus manos y esa sensación que al principio me asustó y casi me hizo huir de Gabriel. Ahora, en cambio, lo disfrutaba al máximo, impaciente por llegar al orgasmo.

“Desvístete”, me ordenó de repente, quitándose la camiseta, abriéndose la cremallera del pantalón desgastado y sacando un condón.

Obedecí. Me quité los leggins, la ropa interior y las zapatillas. No tuve tiempo de quitarme los calcetines, ya que Gabriel me tomó por las caderas y me levantó.

Me aferre a él, rodeándolo con mis piernas alrededor de sus caderas y mis brazos en su cuello.

Lo besé y jadeé cuando sentí sus dedos deslizarse dentro de mí.

“Estás lista”, constató satisfecho mientras sentía su mano empapada.

“Desde que llegué aquí que estoy lista”, le dije sabiendo que lo excitaba todavía más. Me había confesado que le resultaba excitante saber que su mujer ya estaba mojada y lista para que la follaran incluso antes del juego previo.

“Demonios, haces que pierda la cabeza, pequeña”, gimió él mirándome con la vista nublada que le hacía dilatar las pupilas e contraer la mandíbula al punto que nunca sabía cuánto podía volverse brutal y predador cuando estaba en sus manos.

Estaba por responderle pero sentí la punta de su pene empujar dentro de mí.

Respiré profundamente e intenté relajarme porque había aprendido durante esos meses que la tensión hacía que la penetración fuera dolorosa, sobre todo cuando se trataba de un miembro tan grande que me llenaba completamente.

“Te amo, Aria”, me dijo Gabriel entrando con fuerza dentro de mí. Lo miré por un segundo mientras podía ver lo que sentía por mí y cuánto lo hacían sufrir las diferencias entre nosotros, desde la edad hasta la clase social. A menudo esa diferencia se había vuelto tema de peleas entre nosotros y siempre temía que al crecer me cansaría de él y de su vida miserable.

Pero yo lo amaba demasiado como para pensar que algo nos iba a separar.

Estaba por responderle pero las embestidas se volvieron  más intensas y rápidas, tanto como para hacerme gritar. Gabriel me tapó la boca con un beso y me quedé sin aliento, con la espalda contra el muro y las piernas que rodeaban con fuerza su cintura.

“Quiero que acabes conmigo, pequeña”, me ordenó acariciándome con el pulgar el clítoris hinchado y sensible.

Asentí, mordiéndome el labio para contener el placer que sentía.

“Gabriel, no puedo”, confesé sintiendo que estaba cerca del orgasmo, mientras su pene se contraía y se hinchaba aún más dentro de mí, tocándome puntos sensibles que no sabía que tenía.

“Ahora…”, gruñó Gabriel, aumentando la fuerza de los empujones y aplastándome aún más contra la pared.

Las contracciones de su pene chocaban con las mías, tanto que sentí dolor. Un dolor que pronto se fundió en un placer líquido e intenso que me mareó y me dejó sin aliento.

Fue un orgasmo largo y devastador, tan largo como el de Gabriel. Cuando mi cuerpo se calmó, me encontré temblando.

“Estás bien?”, me preguntó preocupado.

“Yo… creo que sí.”

“A veces olvido que eres solo una jovencita y que debo ir despacio.”

“No, estoy bien”, me preocupé. Odiaba su tono de compasión y remordimiento porque sólo tenía diecinueve años y él había sido mi primer hombre.

Me tomó en brazos y me dejó delicadamente sobre la cama.

Se recostó a mi lado y me abrazó con ternura.

Suspiré, disfrutando la dulzura que sólo él sabía darme.

Apoyé la cabeza en su antebrazo musculoso y tatuado y dejé que mi mano derecha vagara sobre sus pectorales esculpidos y sus abdominales perfectamente dibujados y cincelados gracias a las intensas horas pasadas en el gimnasio.

Pasé mis dedos sobre el ancla tatuada en la cresta ilíaca izquierda y luego me deslicé sobre el dibujo de un pergamino con la palabra Criminal dibujada en el pecho.

“Ahora está un poco mejor?”, me preguntó, mientras me acariciaba la espalda, el cabello y el rostro.

“Gabriel, no quiero que te preocupes tanto por mí. Estoy bien, ok? Siempre me siento bien cuando estoy aquí contigo.”

“Es normal que me preocupe por ti, pequeña. Eres la cosa más importante que tengo. Haría cualquier cosa por estar contigo.”

“Yo también”, respondí, besándolo y dejándome llevar por ese mar de emociones que sólo él sabía regalarme. Estábamos por hacer el amor de nuevo cuando el celular de Gabriel sonó.

“Quién demonios llama?”, dijo mientras atendía la llamada.

Incluso sino estaba en altavoz, escuché la voz histérica y asustada de Mike, el amigo de Gabriel. Le decía que tenía que escapar porque estaba llegando la policía para arrestarlo. Por lo que parecía, un tal Jude había avisado y su nombre había aparecido entre los traficantes que vendían la droga de su padre.

“Demonios!”, gritó terminando la llamada y yendo a vestirse.

“Qué sucede?”, me preocupé.

“Vístete y vuelve de inmediato a tu casa, ok? No le digas a nadie que has estado aquí!”

“Gabriel, qué sucede…”

“Haz lo que te he dicho, Ariana!”, se enfureció usando mi nombre de pila y poniéndose los jeans.

Me vestí pero el miedo por lo que pudiera sucederle a Gabriel me dio pánico y me puse a llorar.

“Pequeña, está todo bien, ok?”, intentó tranquilizarme dándome un beso en la boca y acariciándome el rostro con gestos rápidos y nerviosos.

“No me mientas. Estás vendiendo droga como tu padre y ahora vienen a arrestarte, no?”

“Sí, pero…”

“Habías prometido que no lo ibas a hacer! Hace cinco meses te pregunté si hacías cosas ilegales como tu padre y me habías jurado que no, y ahora…”

“Era verdad, pero ahora las cosas han cambiado y necesito el dinero desde que me despidieron de mi empleo.”

“Si vas a la cárcel, yo… no nos volveremos a ver… no puedo estar sin ti”, me puse a llorar todavía más fuerte, acercándome a él.

“Prométeme que sin importar lo que suceda, seguirás amándome.”

“Te lo juro”, dije entre sollozos.

“Ahora debo irme por algún tiempo pero volveré, está bien?”

Gabriel se separó de mí y comencé a temblar por el miedo como si hubiera perdido todo lo que me hacía feliz.

Lo vi abrir la puerta de su apartamento, pero no alcanzó a poner un pie fuera que fue abordado por dos agentes de la policía que lo esperaban en la puerta.

Me puse a gritar aterrorizada por la forma violenta y ruda con la que lo arrestaban.

Luego un policía vino hacia mí y me llenó de preguntas a las que no respondí. Estaba demasiado ocupada mirando a Gabriel y lo que le estaban haciendo.

Al final, el policía impaciente, me detuvo a mí también.

“No hice nada!”, me asusté intentando escapar.

“Déjenla en paz! Ella no tiene nada que ver”, dijo Gabriel furioso al ver que me ponían las manos encima.

Lo que sucedió después pasó tan rápido que no recuerdo todo, sólo que Gabriel comenzó a golpear al policía antes de que pudieran esposarlo definitivamente y llevarnos a ambos a la estación de policía donde nos separaron.

Me sometieron a análisis de sangre para saber si estaba bajo los efectos de estupefacientes e intentaron saber si había sido violentada por mi novio.

Esa fue la última vez que vi a Gabriel sin barrotes.

Después conseguí verlo en la cárcel en Lewes un par de veces pero cuando terminé el colegio y acabó el verano tuve que ir a la universidad en Londres donde me mudé para estudiar derecho.

“Prométeme que me esperarás”, fueron sus últimas palabras.

Le había dicho que sí porque lo amaba pero después se había involucrado en una pelea y la pena que le habían dado se había extendido luego de su traslado a otra prisión en Birmingham y decidí renunciar a él. Para siempre.

Quiero saber más.




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