Capítulo 1
-Con
esto, romperemos para siempre las cadenas que te atan a los Rivera y haremos
justicia, amor mío-, exclamó Matthew, tomando de mis manos el pendrive en el
que había copiado algunos archivos del ordenador personal de mi padre.
-¿Terminará
en la cárcel? -, pregunté un poco preocupada. Mi temor no era que mi padre
fuera arrestado, sino por el contrario, que consiguiera escapar como siempre
había pasado.
-Con
estos documentos, no habrá ningún abogado capaz de defenderlo. Será un duro
golpe al crimen organizado. -
Me
hubiera gustado preguntarle si estaba seguro. En Detroit había tres clanes
mafiosos que se disputaban el territorio: los puertorriqueños Rivera, los
chinos Chen y los rusos Vasilyev.
Los
conflictos entre las tres familias estaban a la orden del día, en una guerra
sin tregua que se prolongaba desde hacía décadas.
Una
guerra que quería que terminara, pero que por el contrario hubiera tenido que
continuar en calidad de única heredera de Giorgio Rivera, mi padre, el jefe del
clan.
Mi
futuro ya estaba escrito y sin importar cuánto hubiera intentado hacer razonar
a mi padre, no hubiera conseguido hacerlo cambiar de opinión.
Me
había rendido por la violencia que sufría cada vez que intentaba luchar contra
él, hasta que conocí a Matthew.
Un
encuentro que me había traído golpes más feroces. En ese momento, se dejó marcado
en mi brazo la marca violeta de su cinturón de cuero con el que me había
azotado cuando descubrió que me había enamorado de Matthew, un policía de la
DEA.
-Sólo
quiero que todo esto termine y que podamos estar juntos para siempre. Te amo,
Matthew-, susurré, perdiéndome en su cálido abrazo.
-Estoy
seguro de que, dentro de un par de meses, todo habrá terminado. -
-
¿Me lo prometes? -
-Haría
cualquier cosa por ti, Tessa. Te amo. -
Nos
miramos. Sus bellísimos ojos azules resplandecían bajo el sol y mi corazón
volvió a latir feliz.
Incluso
si estábamos juntos desde hacía menos de un año, sentía que verdaderamente lo
amaba.
Era
el único hombre que podía imaginar a mi lado y con quien tener hijos.
Como
si pudiera leerme la mente, me sonrió con amor y me besó.
Un
beso que pronto iba a marcar nuestro fin.
Tessa
Un año más tarde.
-Esta
noche quiero que no te separes de Fred Strengton, ¿me expliqué bien? -
-Sí,
papá-, protesté molesta, ganándome otra mirada homicida.
-Quiero
que te cases con él, ¿has comprendido? -
-Yo
también quisiera casarme, pero con el hombre que amaba, lo has asesinado, ¿recuerdas?
-, respondí llena de odio.
No
hubo forma de escapar de la limosina que nos estaba llevando a la gala de
beneficencia organizada por el nuevo alcalde de Detroit. En un instante, su
bofetada dio de lleno en mi mejilla izquierda.
-Deberías
agradecerme, pequeña ingrata. Ese policía quería sólo usarte para meterte en problemas.
-
Hubiera
querido reaccionar e insultarlo, pero el dolor en el rostro detuvo cualquier
rebelión de mi parte.
Aferré
fuertemente mi pequeña bolsa de seda azul, que combinaba perfectamente con mi
vestido. Allí estaba todo lo que había podido conseguir durante los últimos
diez meses, después de la muerte de Matthew.
-Giorgio,
te lo ruego... no en el rostro-, susurró mi madre, notando la marca roja en mi
piel.
Ni
siquiera la miré, sentía tanto desprecio hacia ella. Era una mujer pasiva, que
se escondía detrás de su marido y que cerraba los ojos frente a las
injusticias, con tal de mantener su estilo de vida al que se había acostumbrado
rápidamente y que protegía más que a cualquier otra cosa en el mundo. Yo
representaba sólo el motivo por el que ese matrimonio le había permitido entrar
en el clan de los Rivera. Nunca le había interesado como hija y apenas parecía
soportar mi presencia.
Hacía
años que apenas hablaba con ella y había comprendido que, si necesitaba ayuda,
ella era la última persona con quien podía contar.
Estaba
sola. Malditamente sola. Y esa noche iba a recuperar la libertad que merecía y
que Matthew había intentado darme antes de morir.
-
¡Wilma, dile algo! -, se enfureció mi padre con su esposa, notando mi
indiferencia frente a ese gesto.
-
¿Qué quieres que le diga? Ni siquiera pude convencerla de vestirse con
moderación. Tiene casi veinticinco años y todavía no sabe distinguir la
elegancia de la vulgaridad. Tessa, realmente no sé qué necesidad tenías de
ponerte todas esas pulseras. ¡Una era más que suficiente! -
-Mamá,
¿no me has dicho siempre que los diamantes son los mejores amigos de una mujer?
- le respondí con fingida adoración, acariciando esas joyas alrededor de mi
brazo.
-Claro,
querida- me respondió molesta. –Pero, tú nunca has demostrado interés por las
joyas, mientras que en este último mes nos has hecho gastar una fortuna en Cartier.
-Estoy
enamorada de ese local. Nunca me había dado cuenta de lo hermosas que son sus
joyas. Además, la empleada sostiene que resaltan mi cutis- suspiré extasiada,
acariciando los dos collares de oro y zafiros que llevaba en el cuello,
combinados con los tres anillos que brillaban sobre mi mano derecha. Sin tener
en cuenta, los otros cinco anillos aún más costosos, que había escondido en la
bolsa.
-
No tiene nada de malo gastar dinero en diamantes. Es una mujer y estoy seguro
de que a Fred Strengton no le molestará- intervino mi padre, poniendo fin a la
conversación. – Sin embargo, Tessa, tienes que intentar controlarte o me
enviarás a la quiebra. -
-Sí,
papá-, respondí un poco molesta, mientras seguía acariciando esas piedras
preciosas, que pronto me permitirían obtener lo que quería.
Algunos
minutos después, el coche entró en Washington Boulevard y se detuvo delante al
Hotel Windsor, donde se había organizado una gala de beneficencia para construir
un nuevo hospital en Haití. En realidad, era sólo una reunión enmascarada,
donde los más poderosos de la ciudad se encontraban y decidían la suerte de la
ciudad.
Me
daba asco tanta pretensión. Parecía que estaba en la hoguera de las vanidades,
en donde incluso los mafiosos de los clanes Rivera, Vasilyev y Chen compartían
el mismo espacio, pretendiendo respetarse y estar de acuerdo, delante a las
máquinas fotográficas de los periodistas que habían invadido el ingreso del
hotel.
Cuando
el conductor nos abrió la puerta, puso a prueba mis músculos faciales,
mostrando una sonrisa de treinta y dos dientes, tan falsa que se me hicieron
dos hoyuelos en las mejillas.
Esa
era mi sonrisa de circunstancia, falsa como ese mundo brillante que escondía
corrupción, homicidios, distribución de drogas a niveles tan altos como para golpear
a Matthew, que había confiado en la persona equivocada cuando había denunciado
a mi padre y había mostrado las pruebas a su departamento.
Intentando
no enredarme en mi vestido largo, salí del habitáculo y me dirigí junto a mis
padres hacia el ingreso.
Me
envolví en mi abrigo forrado de piel de armiño blanco, y sin prestar atención a
los periodistas, seguí a mi padre.
Presentamos
nuestras invitaciones y nos dirigimos hacia el guardarropa, donde una empleada
cogió nuestros abrigos.
Conservé
conmigo la bolsa y respiré profundo cuando entré en el salón que había
estudiado mucho durante el último mes, desde que mi familia había recibido la
invitación a presentarse en esa ceremonia.
Sabía
que mi madre no me habría quitado los ojos de encima y que mi padre no me
hubiera permitido alejarme, pero yo había planificado todo con mucho cuidado.
Intenté
calmar mi ansiedad. Si algo hubiera salido mal, probablemente no hubiera salido
con vida.
Cogí
una copa de champaña y seguí fielmente a mi madre que había encontrado de
inmediato a alguien con quien hablar. No presté atención a la conversación,
pero mi sonrisa permaneció fija, tranquilizando a mis padres.
Había
necesitado seis meses antes de poder nuevamente participar en esos eventos, después
de lo que había sucedido con Matthew.
La
correa alrededor de mi cuello se había vuelto tan ajustada que no podía
respirar, pero había sobrevivido y había encontrado la forma de encontrar una
razón de vivir: ser libre. Para siempre.
Bebí
un sorbo de champaña. Era indispensable que permaneciera sobria y lúcida.
Además, no podía correr el riesgo de que me hiciera mal al estómago ya que no
tenía mis medicinas conmigo.
-Tessa,
¡qué gusto verte! - la voz de Fred Strengton me lastimó los tímpanos. Odiaba a
ese hombre y aún más a mi padre que quería entregarme como esposa a cambio de
algún favoritismo o arreglo.
Me
giré y pretendí sorpresa al verlo.
Con
molestia extendí mi sonrisa aún más, tanto como para correr el riesgo de tener
un estiramiento muscular.
-
¡Fred! - exclamé feliz, acercándome para darle un beso en la mejilla. Él
aprovechó para abrazarme y yo se lo permití. Ese hombre me servía para alejarme
de mi madre.
-
¡Te ves encantadora! -
-Tú
tampoco estás nada mal con...-, estaba por decir, pero me di cuenta de que no
sabía cómo terminar la frase. Fred no era un hombre feo, incluso si era mucho
más grande que yo. Tenía casi cuarenta años, una carrera política en ascenso,
de cabello castaño ligeramente canoso en las sienes y ojos verdes que
destacaban en su rostro bien afeitado. Sus modales nunca eran reprochables o
molestos. Sin embargo, era tan zalamero y condescendiente con mi padre, que me
daba ganas de vomitar. –Con cualquier cosa-, agregué con una sonrisa enamorada.
Fred
enrojeció y yo aproveché para separarme de mi madre y aferrarme a su brazo.
-No
me gusta estar aquí. No conozco a nadie, ¿sabes? -, le susurré al oído.
-Si
quieres te presento un poco de gente.-.
-Con
gusto-
-Señora
Rivera, ¿puedo raptar a su hija por algunos minutos? -, preguntó Fred a mi
madre que me miraba circunspecta. Conmigo nunca sabía si podía confiarse, pero
nunca hubiera tenido el coraje de negarme al hombre que tenía el poder de
detener las nuevas construcciones en Greektown.
-Claro,
querido. -
Con
un disimulado suspiro de alivio, abracé a mi nuevo compañero y dejé que me
llevara por el enorme salón, donde Fred me presentó a muchas personas.
Pasamos
casi una hora hablando con otros invitados. Rápidamente nos hubieran hecho
sentar para asistir al discurso del nuevo alcalde y tenía que apresurarme.
Aproveché
la oportunidad cuando vi a un hombre obeso acercándose para encontrarse con
alguien detrás de mí.
Sin
dejar que me vieran, me separé de Fred y me dirigí con desenvoltura hacia ese
hombre.
Aferré
mi copa de champaña que sostenía en mi mano izquierda, delante a mí.
A
pocos centímetros, jadeé como si me diera cuenta de que estaba chocando con
alguien. Hice un breve giro a la derecha, pero suficiente, y nuestros brazos
chocaron. Con un gesto relámpago, deslicé la copa entre los dos y el champán se
derramó sobre mi brazo izquierdo desnudo y la manga derecha de su elegante
chaqueta. El resto acabó en el suelo.
-
¡Oh, Dios mío! ¡No sé cómo disculparme! Me siento mortificada...-, exploté con
mil excusas, mientras el hombre intentaba comprender lo que había sucedido.
-No
es nada... nada que la lavandería no pueda remediar. -
-Tessa,
¿estás bien? - intervino de inmediato Fred, rodeando mi cintura con un brazo.
-Me
distraje. La champaña se me cayó encima-, expliqué molesta, mostrándole el
brazo mojado. –Te lo ruego, acompáñame al baño. Tengo que limpiarme. -
-Claro-
Como
un buen caballero, me acompañó al toilette y me esperó fuera de la puerta.
Me
lavé el brazo bajo el agua corriente y me sequé bien.
Me
miré al espejo. Estaba muy tensa.
-Tessa,
lo está haciendo bien. Has planeado este momento desde hace casi un año. No
puedes fallar-, le dije a mi reflejo.
Con
calma conseguí salir del baño y vi que Fred todavía me estaba esperando.
Tenía
que deshacerme de él.
-Fred,
te lo ruego, ¿puedes pedirle a un camarero algo para quitar el champaña? Me he
ensuciado el corsé. No quiero dejar la fiesta por culpa de una mancha. -
Sabía
que él no quería que abandonara la gala, precisamente ese día que había sido
tan condescendiente y gentil con él.
-Yo
me ocupo-, respondió rápidamente, deteniendo a un camarero que estaba llevando
una bandeja cargada de bocadillos rellenos de caviar.
Aproveché
ese momento de distracción, para salir del baño y correr hacia la cocina.
Recorrí
todo el corredor, intentando caminar sobre la punta de los zapatos para no
hacer ruido con los tacos.
Giré
en la esquina. Miré hacia atrás. Fred estaba distraído con otro invitado y no
había notado mi fuga.
Seguí
corriendo, recordando el mapa del hotel. Giré a la derecha dos veces y me
encontré en la cocina. Se sentía mucho entusiasmo. Los cocineros estaban
ocupados. Alguien intentó echarme de allí.
-Tengo
que salir de este lugar-, le dije con voz perentoria.
Un
camarero me indicó una puerta en el fondo de la habitación. Estaba por salir,
cuando recordé el celular que llevaba en la cartera.
Rápidamente
lo cogí y lo tiré en la basura del húmedo. Con ese gesto, acababa de decirle
adiós a mi posibilidad de regresar o de pedir ayuda a alguien.
Ahora,
de verdad, estaba sola.
Terriblemente
sola pero también felizmente imposible de rastrear.
Salí
por la puerta y una ola de aire frío otoñal me hizo temblar.
Hubiera
querido tener conmigo mi abrigo, pero hubiera sido demasiado arriesgado volver
al guardarropa.
Miré
a mí alrededor. Estaba en una callejuela al este del edificio.
Me
puse a correr hasta llegar al Boulevard Washington.
A
mi derecha, algunos periodistas habían permanecido vigilando la entrada del
hotel y ninguno notó mi presencia.
Intentando
permanecer calmada, caminé más despacio y me dirigí hacia la izquierda.
Caminé
lento, sin mirar atrás, pero lo suficientemente rápido como para poder alejarme
de ese hotel, donde pronto Fred se hubiera dado cuenta que había desaparecido y
hubiera corrido a avisar a mi padre.
Sin
un celular, no podía llamar a un taxi o a un Uber. Hubiera tenido que llamar un
taxi antes de tirar el teléfono, pero tenía demasiado miedo de que mi padre lo
hubiera podido recuperar y descubrir lo que había hecho.
El
objetivo era no permitirle de ninguna manera que supiera lo que haría luego.
Con
toda la ansiedad que sentía, me di cuenta de que no había ni un solo coche
amarillo en el estacionamiento.
¿Cómo puede ser que no haya ni siquiera un taxi en
todo el estacionamiento? ¡Es absurdo!
Corrí
ansiosamente por la acera, buscando desesperadamente un maldito taxi, cuando vi
aparcar a doscientos metros delante de mí un Ferrari SF90 Stradale negro mate.
Caminé
más despacio, mientras mi mente pensaba qué podía hacer.
Cuando
vi al dueño bajar del auto, salté de miedo.
¡Era
Lukyan Vasilyev, del clan de los Vasilyev!
Aunque
sino lo había visto nunca personalmente, sabía quién era.
Había
escuchado a mi padre hablar a menudo de él y las fotos de ese hombre a veces
aparecían en las revistas de chisme o en los diarios de crónicas policiales.
Incluso
si a cargo del clan todavía estaba su padre, muchos sostenían que la mente
detrás del clan era la de Lukyan, su segundo hijo.
Lukyan
Vasilyev, era ruso, pero se había criado en Estados Unidos, hoy era conocido
por todos con el nombre de Luke Vasilyev. Su nombre, como su acento ruso, habían
sido cambiados por una versión más norteamericana, a diferencia de su hermano
gemelo Aleksej, que por el contrario había permanecido apegado a la Santa Madre
Rusia y había abandonado al clan del padre para iniciar el propio.
Treinta
y cinco años, alto un metro noventa, cuerpo atlético, cabello y ojos negros.
Lo
que siempre había llamado la atención era que su nombre significaba luz, pero
su aspecto era la ausencia total de luz. Hubiera tenido que llamarse Oscuridad.
Luke
podía ser el clásico hombre buenmozo y lo suficientemente rico como para poder
permitirse una Ferrari y ropa de sastre hecha a medida, casi siempre negra, que
resaltaba su físico perfecto, pero bastaba perderse en su mirada para darse
cuenta de que no era un hombre cualquiera. Su postura controlada y precisa no
expresaba tranquilidad, sino control absoluto.
El
fuego negro que emanaban sus ojos quemaba todo el oxígeno a su alrededor,
dejando a sus interlocutores sin aliento y sobre todo sin posibilidad de salir
indemne de ese encuentro.
Era
uno de esos hombres que exudaban tal peligro que se te quedaba grabado incluso
después de mucho tiempo. Era como si su mirada, después de posarse en ti, te
hubiera marcado, recordándote siempre su presencia y lo fácil que era volver a
tu vida y cambiarla para siempre.
Si
hubiera sido una persona cualquiera, hubiera girado y hubiera vuelto atrás o
hubiera atravesado la calle antes de que su mirada cayera sobre mí, pero años
de golpes y amenazas de parte de mi padre me habían templado lo suficiente como
para poder enfrentar un peligro como ese y sobrevivir.
Sin
hacer que notara mi presencia, lo vi abrir la puerta del lado del pasajero,
ocupado por una bellísima modelo que había visto en un desfile en Nueva York
dos años atrás.
Luke
la cogió por el brazo y la guió hacia donde me encontraba. Hacia el hotel a mis
espaldas.
Noté
su mano extenderse hacia la Ferrari y oprimir el botón de la llave automática
para cerrar el coche.
Luego
la colocó en el bolsillo del abrigo.
Durante
los últimos meses, también había estudiado y practicado para robar las carteras
de las personas. Mi mentora, Sheyla, me había enseñado todos los trucos del
oficio. Había sido también gracias a ella, si conseguía escapar ese día.
Luke
mantenía a su compañera a su lado con el brazo derecho, por lo que me moví
hacia el lado opuesto del camino. Me sentía tensa y asustada. Robarle las
llaves del coche a uno de los jefes del clan de los Vasilyev no era lo que
había imaginado, pero no tenía elección. El tiempo corría y yo todavía me
encontraba a dos pasos del hotel.
Mi
padre me hubiera encontrado en pocos minutos.
Sentía
el corazón que latía furiosamente.
Respiré
el aire helado. De verdad hacía muchísimo frío y por un instante pensé en el habitáculo
calefaccionado de la Ferrari. ¡Sí, iba a coger ese coche a cualquier costo!
Apuré
la marcha.
Dejé
de respirar cuando me encontré a un paso de ese hombre.
Abrí
la bolsa y fingí que estaba buscando algo.
Luego,
en el último minuto, giré hacia la izquierda y choqué con Luke.
Rápidamente,
puse mi mano en su bolsillo y aferré la llave, mientras mi cuerpo se aflojaba
por un momento contra ese hombre que me sostuvo sin dudarlo, pasando su brazo
alrededor de mi cintura.
Ese
contacto me hizo marear. Era como estar en el centro de un vórtice.
Puse
la llave dentro de la bolsa y la cerré velozmente. Luego, con la misma rapidez,
me alejé.
-Le
pido disculpas. Me he tropezado... me siento mortificada...-, mentí, fingiendo
sentirme preocupada y confundida por lo que había pasado.
-
¿De verdad? - Su
tono burlón me despertó. Estaba claro que no me creía.
Lo
miré a la cara y de inmediato me di cuenta de que había cometido un grave
error.
Esos
ojos negros eran capaces de robarte el alma.
Di
un paso hacia atrás, decidida a tomar distancia de ese hombre, cuando me di
cuenta de que todavía tenía su mano sobre mí.
Con
un gesto molesto, lo aparté.
-Le
pedí disculpas, pero no tengo por qué justificarme. -
-No,
pero por fingir caer encima de mí, sí-
-
¡¿Fingir?!- repetí, poniéndome a reír. –Señor Vasilyev, no tengo tiempo que
perder. Buenas noches. -
-Buenas
noches a usted también, señorita Rivera-
No
hubiera tenido que sorprenderme el hecho de que me conociera, pero no pude
esconder el terror que sentí. La idea de que entrara en el hotel y fuera hacia
mi padre a contarle ese pequeño incidente, hizo que se me helara la sangre.
Mi
miedo debió ser muy evidente, porque la expresión de Luke cambió completamente
y de repente se puso serio.
Estaba
por suplicarle que no le dijera nada a mi padre, cuando su acompañante se
entrometió.
-Luke,
es tarde. ¿Vamos? -
Era
tarde. Sí, demasiado tarde y yo no podía perder más tiempo.
Hice
una señal de saludo y me retiré rápidamente, lejos de esa mirada que me
perforaba la espalda. Pasé la Ferrari.
Sólo
un poco después me detuve y miré hacia atrás. Luke y la modelo estaban entrando
en el edificio y algunos periodistas les sacaban fotos.
Aproveché
esa confusión para volver hacia atrás.
Llegué
hasta el coche y con la llave lo abrí.
El
sonido que hizo me hizo sobresaltar.
Miré
a mí alrededor.
Nadie
me estaba mirando.
Abrí
la puerta y subí.
Con
mucha ansiedad, presioné el botón de encendido.
El
rugido que salió casi me hace desmayar.
Hubiera
sido mejor si hubiera cogido un coche eléctrico. Así hubiera podido tener una
fuga mucho más silenciosa.
Miré
hacia el hotel. Luke ya había entrado.
Conté
hasta cinco y partí.
Con
las manos temblorosas hice una maniobra para salir del estacionamiento.
Estaba
segura de que, si hubiera dañado el coche, la ira de Luke se hubiera
multiplicado por diez, así que tuve mucho cuidado.
Sólo
cuando dejé Boulevard Washington me sentí más tranquila.
Esa
Ferrari era muy veloz. Nadie hubiera podido detenerme.
Encendí
el GPS para ir al aeropuerto de Detroit-Metropolitan Wayne County Airport.
Luego
de media hora de viaje, me di cuenta que mi desaparición ya se había hecho
pública.
La
búsqueda seguramente ya había comenzado.
Por
suerte, no tenía mi celular conmigo y no era tan fácil encontrarme.
Además,
estaba en un coche robado y mi padre sabía que no hubiera podido escapar muy
lejos ya que no tenía dinero. Hubiera bastado esperar que usara una de mis
tarjetas de crédito para saber dónde me encontraba.
Claro,
también estaba el enigma sobre Luke Vasilyev, pero no era mi intención robarle
el coche. Lo mío era sólo un préstamo y pronto hubiera encontrado la forma de
restituírselo.
Aceleré
un poco más.
Con
el corazón latiendo como loco, adelanté un camión, varios coches y todo,
esperando llegar lo antes posible al aeropuerto.
-Te
lo suplico, Matthew, ayúdame-, rogué al amor de mi vida. Había pasado casi un
año de su muerte y sentía que su recuerdo comenzaba a desvanecerse, pero empecé
a pedirle a su espíritu cada vez que sentía miedo o cuando sentía que quería
rendirme.
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