Su historia comenzó con un desafío.
Capítulo 1
EDITH
“¿Qué significa que no puedes darme un préstamo?”, estallé fuera de mí.
“Ha entendido muy bien, señorita Merivale.”
“¡Es un préstamo estudiantil! No entiendo cuál es el problema.”
“Ya le he explicado que la situación financiera de sus padres está
demasiado comprometida como para darle más subvenciones.”
“Esto se trata de mi instrucción, no de mi familia. Estoy en el último
año de leyes en Yale y necesito mucho ese dinero para poder terminar mis
estudios.”
“Lo comprendo perfectamente.”
“¡No! ¡No es verdad! Usted no comprende nada, de lo contrario sabría
lo que cuesta un año en Yale. No me lo puedo permitir sin un préstamo. La beca
de estudio que me dieron apenas cubre los gastos más esenciales.”
“Señorita Merivale.” El tono molesto del empleado del banco me hizo
comprender que había llegado el fin de la conversación y que estaban por
echarme. “Mientras que su padre no salde las deudas con las otras instituciones
bancarias, ningún banco estará dispuesto a darle otro préstamo.”
“Pero el derecho a estudiar…”
“Que tenga buen día, señorita Merivale”, me respondió tajante el
hombre, volviendo a mirar su ordenador como si ya no estuviera allí.
Contuve un resoplido de impaciencia y me levanté recogiendo la poca
dignidad que me había quedado.
Me permití veinte segundos de
autocompasión, después de lo cual volví a ser la Edith dura y ruda de siempre.
Tomé el celular y reservé inmediatamente un vuelo a Seattle. Tenía que
volver a casa lo antes posible y saber qué demonios había sucedido.
Un año antes había tenido problemas debido a la crisis económica que
había puesto de rodillas a la empresa de mi padre, pero luego él me aseguró que
las cosas iban a estar bien. Estando en el otro extremo de los Estados Unidos,
había creído en su palabra pero después de que mi tarjeta de crédito Platino
había sido desactivada, la llamada de mi madre que decía que no habría podido
pagarme el último año en Yale y el quinto banco que me había cerrado la puerta
en la cara ante mi pedido de un préstamo estudiantil, estaba claro que las
cosas habían tocado fondo en lugar de mejorar.
Por suerte había sido educada para no rendirme nunca y tener siempre
algo para hacer, por lo que incluso esta vez no me había dejado llevar por la
ansiedad o las dificultades económicas.
¡Yale era demasiado importante como para renunciar!
Volví corriendo al campus y preparé una maleta con las cosas
indispensables. No era mi intención quedarme en Seattle. Iba a regresar al día
siguiente si podía hablar de inmediato con mi padre y hacer que me dé una
explicación sobre lo que estaba sucediendo.
Tres horas más tarde ya estaba en el aeropuerto.
Estaba por bajar del taxi, cuando sonó el celular.
Rogué para que fuera un banco que me avisaba que lo habían
reconsiderado, pero en el display decía “Mamá.”
Con un gruñido de nerviosismo, respondí.
“Hola, mamá.”
“Cariño, tienes que volver a casa de inmediato.”
“¿De nuevo te has hecho los labios?”, comprendí notando que hablaba
mal. Le pasaba siempre que lo hacía.
“Un pequeño vetoque.”
“¡¿Un pequeño retoque?! Yo no tengo dinero para la universidad, pero a
ti no te falta para continuar yendo al cirujano plástico”, dije amargada.
“Ahova eres bella. Cuando envejezcas, lo havas tú también.”
“No haré nada de eso.”
“En lugav de davme un sevmón, vuelve a casa de
inmediato. Papá tuvo un ivtus.”
“¿Un qué?”
“Un ivus… no entiendes nada. Te envío un mensaje”, me dijo
terminando la llamada.
Luego recibí un mensaje: “Tu padre tuvo un ictus. Está en el hospital.
Ven de inmediato aquí. Sabes que no puedo gestionar todo sola. Mamá.”
Sentí que me temblaban las piernas, pero tomé coraje y le respondí que
ya estaba subiendo al avión para volver a casa.
Apretaba tan fuerte el celular que mis nudillos se pusieron blancos.
Sabía que mi padre estaba desesperado, exasperado por la situación
financiera en la que nos encontrábamos, pero no creí que el estrés y una mala
alimentación pudieran causarle un ictus.
Tragué saliva amargamente.
La bravuconería que me había acompañado todo el día se había
evaporado.
Amaba a mi padre. Con él había tenido siempre una buena relación.
Estaba segura que siempre me hubiera contado todo y que me hubiera mantenido al
tanto sobre su situación, pero ahora me daba cuenta de que en esos años que
había estado en Yale se había abierto un abismo entre nosotros. Un vacío que ya
no nos permitía comunicarnos y confiar en el otro como en el pasado.
Me sentía triste por esa situación, pero nunca lo había demostrado.
Siempre había sido más fácil fingir que estaba demasiado feliz y satisfecha con
mis estudios como para sufrir esa separación.
Ahora, la realidad me había golpeado con un derechazo mortal y me
sentía KO.
Arrastrando cansadamente mi maleta, me acerqué al check- in.
Luego de cuarenta y cinco minutos estaba en el avión rumbo a Seattle.
***
JAKE
“Estoy en medio de una mediación por una expropiación indebida y
dentro de dos horas tengo una declaración, Easton!”, dije furioso por la
interrupción. Odiaba ser molestado mientras trabajaba.
“Papá tuvo un infarto.”
“Demonios”, respondí preocupado.
“¿Está grave?”
“No, lo trataron a tiempo, pero ya es el
segundo y esta vez los médicos quieren que haga reposo absoluto durante los próximos
dos meses.”
“Claro, claro.”
“Preguntó por ti.”
“¿Por mí?”
“Quiere hablar contigo.”
“¿De qué?”
“De trabajo.”
“Para eso está Jenson. Yo no me ocupo de adquisiciones y compra- venta
de…”
“Te quiere a ti, Jake. Tiene algo que arreglar y quiere que seas tú
quien se ocupe.”
“Yo soy abogado.”
“Lo sé, pero quiere que tú lo manejes. Dice que Jenson nunca daría el
visto bueno, por lo que necesita de alguien de la familia.”
“¿De qué se trata? Espero que sea algo legal.”
“Los detalles te los dará él, lo único que sé es que tienes que verlo
personalmente.”
“¿A quién?”
“¿Te acuerdas de Paul Merivale?”
Escuchar ese nombre me dejó sin aliento y por un momento no logré
decir una sola palabra.
“Sí”, murmuré débilmente, sintiendo que ciertas emociones me
aplastaban, como años antes.
“Necesita dinero, sino entendí mal. Nuestro padre siempre le prometió
que lo ayudaría en nombre de la vieja amistad que tenían y ahora Merivale está
casi en bancarrota.”
“¿Entonces debo hacerle un cheque?”
“Sí, vendrá la hija a buscarlo.”
“Edith”. Sólo pronunciar ese nombre hizo que casi me ahogue con mis
propias cuerdas vocales.
“Sí, ella. La conociste hace un tiempo. ¿Recuerdas?”
“Sí”, lamentablemente.
“Te la has follado, ¿verdad?”
“Easton...”, respondí feroz. Él no podía saberlo pero decir en la
misma oración Edith y la palabra follar, estaba prohibido por ley. Mi ley.
“Está bien, hermano, no te enojes. Es obvio que esta tipa te ha dejado
marcado”, se rio Easton.
Para él era fácil hablar, ya que la única muchacha que había amado,
todavía lo amaba a él. Aunque era cuatro años menor que yo, Easton había
conseguido tener una relación de pareja que yo nunca había tenido. A menudo lo
envidiaba, incluso porque había conocido a Alice y su temperamento explosivo.
Esa muchacha tenía el poder de mandar al manicomio incluso a la persona más
tranquila y pacífica del mundo.
“Edith fue solo un paréntesis insignificante en mi vida. Nada que
valga la pena recordar”, repetí como un buen loro que sabía la lección de
memoria. Años repitiéndome ese mantra, había funcionado.
“¿Un paréntesis en tu vida imaginaria o real?”, me provocó mi hermano.
“Con ella terminé hace años”, le aclaré decidido.
“¿De verdad?”
“Sí.”
“Entonces, ¿por qué te enojaste tanto cuando mencioné su nombre? Un
paréntesis cerrado deja indiferencia, no enojo.”
“No es enojo.”
“Entonces, ¿es frustración sexual?”, insistió Easton, poniéndose a reír.
“¡Vete a la mierda!”, le respondí, sintiéndome aliviado por no tener
delante mío a mi hermano porque mi rostro se había puesto rojo frente a la
verdad que no habría admitido ni siquiera bajo tortura.
“¡Alguien necesita follar un poco más!”, rio divertido.
“Ya follo lo suficiente”, me enfurecí. Cómo podía decirme algo así
cuando sabía muy bien que tenía muchas mujeres con las que me divertía cuando
quería. Claro que el sexo no era algo que faltara en mi vida. ¡Incluso Easton
una vez me había regañado por eso!
“No es la cantidad lo que hace la diferencia, sino la calidad y tú todavía
tienes que encontrar a una mujer capaz de darle un sentido a lo que eres y
haces.”
“¿Desde cuándo te has vuelto tan cariñoso y romántico?”
“Desde que entendí la diferencia entre sexo sin compromiso y sexo con
amor. Ni cien de tus folladas valen una de las que tengo con Alice. Un día tú
también lo entenderás.”
“Me gusta mi vida como es.”
“Sólo porque no conoces otra.”
“No es verdad”, respondí ofendido. En realidad en el pasado había
comenzado vivir otra vida y a probar a amar como Easton, pero había sido lento,
desatento y a menudo borracho. Tanto como para alejar a la única persona que
quería, perdiendo su confianza y su paciencia. Ella no había sido capaz de
esperarme y yo no había hecho nada para cambiar. Al final, había preferido
continuar antes que abandonar mi zona de confort y entregarme a algo que sentía
que no podía enfrentar.
Había sido un cobarde, pero sentía que así estaba bien.
Me había repetido que ella no era la indicada y que todo se había
acabado.
Stanford me había ayudado y mis estudios de derecho me habían salvado
del libertinaje, dándome un objetivo: ser un abogado exitoso.
Ahora vivía para mi trabajo y había jurado que ninguna mujer hubiera
conseguido hacerme perder la cabeza de nuevo.
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