martedì 27 agosto 2024

Desafíame, si te atreves - Primer capítulo

 


Su historia comenzó con un desafío.

Jake: “Me desearás tanto que me suplicará que te folle. Estarás tan desesperada que harás cualquier cosa para poder tenerme.”
Edith: “Me desearás tanto que me suplicarás que te ame. Estarás tan desesperado que harás cualquier cosa para poder olvidarme cuando te des cuenta que no podrás tenerme.”

Un solo verano fue suficiente para quemar las almas de Edith y Jake, desde el momento en que se vieron por primera vez. Edtih está preparada para comenzar sus estudios y alcanzar el sueño de ser abogada. Dio todo para poder ser admitida en una de las mejores universidades del país. Jake está por graduarse en la facultad de derecho con las mejores calificaciones, a pesar de su vida salvaje y rebelde. Dos formas muy distintas de vivir, pero un objetivo en común: inaceptable para Edith, intrigante para Jake. El choque es inevitable y esas vacaciones pronto se volverán el escenario de una guerra a muerte. Dos lenguas filosas que se desafían, listas para hacer pedazos al otro, en un juego de miradas provocativas e insultos disimulados. Sin embargo, deberán prestar mucha atención, porque quien juega con fuego corre el riesgo de quemarse.

Capítulo 1


EDITH

 

“¿Qué significa que no puedes darme un préstamo?”, estallé fuera de mí.

“Ha entendido muy bien, señorita Merivale.”

“¡Es un préstamo estudiantil! No entiendo cuál es el problema.”

“Ya le he explicado que la situación financiera de sus padres está demasiado comprometida como para darle más subvenciones.”

“Esto se trata de mi instrucción, no de mi familia. Estoy en el último año de leyes en Yale y necesito mucho ese dinero para poder terminar mis estudios.”

“Lo comprendo perfectamente.”

“¡No! ¡No es verdad! Usted no comprende nada, de lo contrario sabría lo que cuesta un año en Yale. No me lo puedo permitir sin un préstamo. La beca de estudio que me dieron apenas cubre los gastos más esenciales.”

“Señorita Merivale.” El tono molesto del empleado del banco me hizo comprender que había llegado el fin de la conversación y que estaban por echarme. “Mientras que su padre no salde las deudas con las otras instituciones bancarias, ningún banco estará dispuesto a darle otro préstamo.”

“Pero el derecho a estudiar…”

“Que tenga buen día, señorita Merivale”, me respondió tajante el hombre, volviendo a mirar su ordenador como si ya no estuviera allí.

Contuve un resoplido de impaciencia y me levanté recogiendo la poca dignidad que me había quedado.

Me permití veinte segundos de autocompasión, después de lo cual volví a ser la Edith dura y ruda de siempre.

Tomé el celular y reservé inmediatamente un vuelo a Seattle. Tenía que volver a casa lo antes posible y saber qué demonios había sucedido.

Un año antes había tenido problemas debido a la crisis económica que había puesto de rodillas a la empresa de mi padre, pero luego él me aseguró que las cosas iban a estar bien. Estando en el otro extremo de los Estados Unidos, había creído en su palabra pero después de que mi tarjeta de crédito Platino había sido desactivada, la llamada de mi madre que decía que no habría podido pagarme el último año en Yale y el quinto banco que me había cerrado la puerta en la cara ante mi pedido de un préstamo estudiantil, estaba claro que las cosas habían tocado fondo en lugar de mejorar.

Por suerte había sido educada para no rendirme nunca y tener siempre algo para hacer, por lo que incluso esta vez no me había dejado llevar por la ansiedad o las dificultades económicas.

¡Yale era demasiado importante como para renunciar!

Volví corriendo al campus y preparé una maleta con las cosas indispensables. No era mi intención quedarme en Seattle. Iba a regresar al día siguiente si podía hablar de inmediato con mi padre y hacer que me dé una explicación sobre lo que estaba sucediendo.

Tres horas más tarde ya estaba en el aeropuerto.

Estaba por bajar del taxi, cuando sonó el celular.

Rogué para que fuera un banco que me avisaba que lo habían reconsiderado, pero en el display decía “Mamá.”

Con un gruñido de nerviosismo, respondí.

“Hola, mamá.”

“Cariño, tienes que volver a casa de inmediato.”

“¿De nuevo te has hecho los labios?”, comprendí notando que hablaba mal. Le pasaba siempre que lo hacía.

“Un pequeño vetoque.”

“¡¿Un pequeño retoque?! Yo no tengo dinero para la universidad, pero a ti no te falta para continuar yendo al cirujano plástico”, dije amargada.

Ahova eres bella. Cuando envejezcas, lo havas tú también.”

“No haré nada de eso.”

“En lugav de davme un sevmón, vuelve a casa de inmediato. Papá tuvo un ivtus.”

“¿Un qué?”

“Un ivus… no entiendes nada. Te envío un mensaje”, me dijo terminando la llamada.

Luego recibí un mensaje: “Tu padre tuvo un ictus. Está en el hospital. Ven de inmediato aquí. Sabes que no puedo gestionar todo sola. Mamá.”

Sentí que me temblaban las piernas, pero tomé coraje y le respondí que ya estaba subiendo al avión para volver a casa.

Apretaba tan fuerte el celular que mis nudillos se pusieron blancos.

Sabía que mi padre estaba desesperado, exasperado por la situación financiera en la que nos encontrábamos, pero no creí que el estrés y una mala alimentación pudieran causarle un ictus.

Tragué saliva amargamente.

La bravuconería que me había acompañado todo el día se había evaporado.

Amaba a mi padre. Con él había tenido siempre una buena relación. Estaba segura que siempre me hubiera contado todo y que me hubiera mantenido al tanto sobre su situación, pero ahora me daba cuenta de que en esos años que había estado en Yale se había abierto un abismo entre nosotros. Un vacío que ya no nos permitía comunicarnos y confiar en el otro como en el pasado.

Me sentía triste por esa situación, pero nunca lo había demostrado. Siempre había sido más fácil fingir que estaba demasiado feliz y satisfecha con mis estudios como para sufrir esa separación.

Ahora, la realidad me había golpeado con un derechazo mortal y me sentía KO.

Arrastrando cansadamente mi maleta, me acerqué al check- in.

Luego de cuarenta y cinco minutos estaba en el avión rumbo a Seattle.

 

***

 

JAKE

 

“Estoy en medio de una mediación por una expropiación indebida y dentro de dos horas tengo una declaración, Easton!”, dije furioso por la interrupción. Odiaba ser molestado mientras trabajaba.

“Papá tuvo un infarto.”

“Demonios”, respondí preocupado.

“¿Está grave?”

“No, lo trataron a tiempo, pero ya es el segundo y esta vez los médicos quieren que haga reposo absoluto durante los próximos dos meses.”

“Claro, claro.”

“Preguntó por ti.”

“¿Por mí?”

“Quiere hablar contigo.”

“¿De qué?”

“De trabajo.”

“Para eso está Jenson. Yo no me ocupo de adquisiciones y compra- venta de…”

“Te quiere a ti, Jake. Tiene algo que arreglar y quiere que seas tú quien se ocupe.”

“Yo soy abogado.”

“Lo sé, pero quiere que tú lo manejes. Dice que Jenson nunca daría el visto bueno, por lo que necesita de alguien de la familia.”

“¿De qué se trata? Espero que sea algo legal.”

“Los detalles te los dará él, lo único que sé es que tienes que verlo personalmente.”

“¿A quién?”

“¿Te acuerdas de Paul Merivale?”

Escuchar ese nombre me dejó sin aliento y por un momento no logré decir una sola palabra.

“Sí”, murmuré débilmente, sintiendo que ciertas emociones me aplastaban, como años antes.

“Necesita dinero, sino entendí mal. Nuestro padre siempre le prometió que lo ayudaría en nombre de la vieja amistad que tenían y ahora Merivale está casi en bancarrota.”

“¿Entonces debo hacerle un cheque?”

“Sí, vendrá la hija a buscarlo.”

“Edith”. Sólo pronunciar ese nombre hizo que casi me ahogue con mis propias cuerdas vocales.

“Sí, ella. La conociste hace un tiempo. ¿Recuerdas?”

“Sí”, lamentablemente.

“Te la has follado, ¿verdad?”

“Easton...”, respondí feroz. Él no podía saberlo pero decir en la misma oración Edith y la palabra follar, estaba prohibido por ley. Mi ley.

“Está bien, hermano, no te enojes. Es obvio que esta tipa te ha dejado marcado”, se rio Easton.

Para él era fácil hablar, ya que la única muchacha que había amado, todavía lo amaba a él. Aunque era cuatro años menor que yo, Easton había conseguido tener una relación de pareja que yo nunca había tenido. A menudo lo envidiaba, incluso porque había conocido a Alice y su temperamento explosivo. Esa muchacha tenía el poder de mandar al manicomio incluso a la persona más tranquila y pacífica del mundo.

“Edith fue solo un paréntesis insignificante en mi vida. Nada que valga la pena recordar”, repetí como un buen loro que sabía la lección de memoria. Años repitiéndome ese mantra, había funcionado.

“¿Un paréntesis en tu vida imaginaria o real?”, me provocó mi hermano.

“Con ella terminé hace años”, le aclaré decidido.

“¿De verdad?”

“Sí.”

“Entonces, ¿por qué te enojaste tanto cuando mencioné su nombre? Un paréntesis cerrado deja indiferencia, no enojo.”

“No es enojo.”

“Entonces, ¿es frustración sexual?”, insistió Easton, poniéndose a reír.

“¡Vete a la mierda!”, le respondí, sintiéndome aliviado por no tener delante mío a mi hermano porque mi rostro se había puesto rojo frente a la verdad que no habría admitido ni siquiera bajo tortura.

“¡Alguien necesita follar un poco más!”, rio divertido.

“Ya follo lo suficiente”, me enfurecí. Cómo podía decirme algo así cuando sabía muy bien que tenía muchas mujeres con las que me divertía cuando quería. Claro que el sexo no era algo que faltara en mi vida. ¡Incluso Easton una vez me había regañado por eso!

“No es la cantidad lo que hace la diferencia, sino la calidad y tú todavía tienes que encontrar a una mujer capaz de darle un sentido a lo que eres y haces.”

“¿Desde cuándo te has vuelto tan cariñoso y romántico?”

“Desde que entendí la diferencia entre sexo sin compromiso y sexo con amor. Ni cien de tus folladas valen una de las que tengo con Alice. Un día tú también lo entenderás.”

“Me gusta mi vida como es.”

“Sólo porque no conoces otra.”

“No es verdad”, respondí ofendido. En realidad en el pasado había comenzado vivir otra vida y a probar a amar como Easton, pero había sido lento, desatento y a menudo borracho. Tanto como para alejar a la única persona que quería, perdiendo su confianza y su paciencia. Ella no había sido capaz de esperarme y yo no había hecho nada para cambiar. Al final, había preferido continuar antes que abandonar mi zona de confort y entregarme a algo que sentía que no podía enfrentar.

Había sido un cobarde, pero sentía que así estaba bien.

Me había repetido que ella no era la indicada y que todo se había acabado.

Stanford me había ayudado y mis estudios de derecho me habían salvado del libertinaje, dándome un objetivo: ser un abogado exitoso.

Ahora vivía para mi trabajo y había jurado que ninguna mujer hubiera conseguido hacerme perder la cabeza de nuevo.

 

Quiero saber más.




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