Cuando Kendra tomó la decisión de acercarse a Alekséi con artimañas era consciente de los riesgos que corría, ya que aquel hombre era despiadado y no conocía el perdón, y además era lo bastante poderoso como para hacerle pagar con creces cualquier error que cometiera. Un solo paso en falso y perdía la posibilidad de obtener la información que buscaba. Pasaron varios meses desde su primer encuentro cuando de repente todo da un vuelco tras una traición que pone a Kendra en peligro y revela todas sus mentiras. Llega el momento de pasar cuentas y Alekséi está dispuesto a destruirla. Pero cuando la tiene en sus manos, descubre que ha olvidado su pasado, un pasado que esconde secretos que necesita conocer. Tendrá que escoger entre su venganza o mantener a esa mujer peligrosa a su lado, atada en corto, hasta que recupere la memoria.
Capítulo 1
Kendra
—Danielle,
ven aquí —me dijo Alekséi con su estilo autoritario y precipitado que me ponía
bastante de los nervios.
Me
habría gustado responderle que no, que no haría lo que él quería, pero esas
palabras estaban prohibidas si quería permanecer cerca de él. Así que esbocé mi
mejor sonrisa y me acerqué lánguidamente. Realizaba cada paso con una lentitud
calculada mientras lo desafiaba con la mirada, consciente de que esa actitud
podía mermar su paciencia ya de por sí bastante limitada.
En vez
de permanecer de pie delante de él como esperaba, me apoyé con desdén sobre su
escritorio de caoba y paseé mis manos sobre la pila de documentos que tenía
detrás. Yo sabía que lo irritaba con mi arrogancia y eso me divertía.
Disfrutaba con esos breves instantes de petulancia, plenamente consciente de
los riesgos a los que me exponía. Pero me daba igual y estaba segura de que era
más fácil obtener su confianza con esos pequeños movimientos de rebeldía que
mediante una actitud de sumisión dócil.
—Siéntate
en mis rodillas —exclamó él con irritación.
Obedecí,
reteniendo un suspiro de descontento.
En ese
mismo instante me puso las manos en el cuerpo y los labios en el cuello.
Detestaba su boca, sobre todo desde que descubrí el placer que esta me
procuraba, tanto que hasta empecé a coger miedo. Miedo de vivir sentimientos
erróneos que me turbaban y me fascinaban a la vez.
Habría
querido huir, pero eso me era imposible. Cuando tomé la decisión de acercarme a
ese hombre fui consciente de que tendría que rebajarme a su nivel, con la
posibilidad de cometer un paso en falso. Acepté ese riesgo. Habría hecho lo que
fuera para llegar hasta él y hasta todo lo que lo rodeaba, como esos diamantes
que tenía en una cajita de terciopelo azul abierta encima del escritorio.
—¿Te
gustan estos diamantes? —me preguntó una vez, apartándose de mí.
—¿Por
qué me lo preguntas?
Esa
insinuación me preocupó, mientras sentía cómo sus manos subían por debajo de mi
falda hasta el elástico del tanga.
—He
notado que los observabas desde que has entrado en esta sala. Parece que estás
muy interesada en ellos —prosiguió sin inmutarse, a pesar del mordisco que le
asesté en la muñeca para intentar apartarlo de mí.
—Es un
hecho: todas las mujeres quieren ser cubiertas de joyas —le respondí, fingiendo
indiferencia a pesar del sobresalto provocado por el arañazo del encaje que
cubría mis partes íntimas, dejándome una marca en la piel.
Siempre
era así con Alekséi: parecía concentrado en lo que decía, poniendo a su
interlocutor a la defensiva; pero era demasiado tarde cuando veías que hacía
caso omiso.
—¿Tú
también? —me susurró al oído, besándome en el cuello y deslizando la mano entre
mis piernas prietas.
Estaba
tan incómoda que ya no entendía si se trataba de diamantes o de otra cosa.
—Por
supuesto —conseguí responderle antes de que me asaltara su boca, que con
violencia tomó posesión de mis labios.
—¿Y cómo
es que nunca te he visto llevar una joya así? —siguió él con su frialdad
habitual de la cual siempre hacía gala, razón por la que yo lo odiaba.
—¿Qué
quieres que te diga? Ningún hombre se ha dignado a regalarme ninguna —respondí
con acidez, acercando la mano a la cajita de terciopelo azul oscuro. Pero antes
de que pudiera alcanzar los diamantes, Alekséi, cogiéndome por la muñeca, me
giró hacia él.
—No son
para ti —me advirtió, fulminándome fríamente con la mirada.
—¿Entonces
para quién son? —pregunté, me picaba la curiosidad.
—Eso no
te importa —cortó él por lo seco, y cogiéndome por las caderas, me inclinó
sobre el escritorio.
—¿Te
estás tirando a otra? —mascullé, esforzándome por liberarme. ¡Jamás habría
permitido que otra persona supusiera un obstáculo para mis fines!
Él se
echó a reír:
—¿Celosa?
—No me
gusta compartir, deberías saberlo.
—¿Sólo
hemos follado una vez y ya te crees que eres la única afortunada?
Evité
responder lo mucho que me había costado entregarme voluntariamente a él, y esto
sin tener en cuenta las marcas de las cuerdas con las que me había atado, ni
todo el tiempo que se me habían quedado impresas en las muñecas.
Me costó
más disimular el temor de estar enteramente a su merced que mi falta de
excitación. Lo único que en ese momento me dio fuerzas para no tirar la toalla
eran esos diamantes, precisamente, así como su origen, hasta el cual quería
llegar.
—Llevo
ocho meses trabajando para ti —le recordé.
—¿Y qué?
—Me he
entregado a ti, imaginaba que era importante para ti, y al final descubro que
existe otra —espeté con una indignación fingida.
Sin
creerse esa escena de celos, me preguntó:
—¿Qué
quieres, Danielle?
El hecho
es que la máscara de hielo tras la cual me ocultaba habitualmente, y que me
mostraba insensible e indiferente ante todo, no aportaba credibilidad a esa
escena digna de un folletín sentimental.
—Te
quiero a ti —murmuré, mirándolo fijamente y poniendo mis labios en los suyos
con impetuosidad.
Fue un
beso de enfado, todo cuanto podía sentir en ese momento… Enfado por haberme
tenido que acostar con él, enfado por tener que mentir cada día, mientras que
en el fondo sólo aspiraba a acceder a sus recursos ilimitados y apropiarme de
sus contactos, antes de esfumarme y desaparecer por completo.
—Entonces
ponte de rodillas y chúpamela —me desafió mientras me seguía palpando con las
manos.
—¡No soy
tu puta! —renegué irritada, porque no había logrado sonsacarle ni una pizca de
información, y también por su manera de manipularme y provocar mi goce contra
mi voluntad.
—¿Qué
pasa, Danielle, ya no estás disponible? Esta vez no debes distraerme como
cuando te sorprendí metiendo las narices en lo que no te incumbe —me murmuró al
oído, y, cogiéndome por el pelo, acercó su rostro al mío.
Me mordí
el labio por preocupación y enfado. Me pilló justo cuando estaba a punto de
saber quién era su contacto. Me acordaba muy bien de aquel episodio, tres días
atrás en aquella misma sala…
Mi
fachada iba a derrumbarse en cualquier momento, leí la sospecha en los ojos de Alekséi
y entendí que había cometido un error imperdonable. La única salida para que no
me cazase y perdiera todo lo que había hecho para llegar hasta ahí fue besarlo
y darle lo que deseaba desde el día de nuestro primer encuentro. Dejé que me
follase contra la biblioteca situada a tres pasos de allí. Hasta me ató con
unas cuerdas y me colgó de un gancho que había por encima de la estantería.
Consciente de que me estaba poniendo a prueba, le dejé hacer.
Conseguí
no mover ni un músculo a pesar del terror que, cual veneno mortal, me iba
invadiendo todas las fibras del cuerpo. Me dejé atrapar a su antojo, sin
reaccionar a sus maneras bruscas y salvajes. En ese preciso momento sentía que
él iba a hacer lo mismo. Me habría gustado irme, sabiendo que en el fondo él
habría aceptado porque era un caballero. Pero sus insinuaciones me pesaban como
una espada de Damocles colgada encima de mi cabeza, así que le dejé hacer.
—Me
decepcionas, Alekséi. No ves la diferencia entre una mujer que quiere follar
contigo y una que quiere engatusarte —le provoqué, consciente de firmar mi
sentencia de muerte.
—Necesitas
que te den una buena lección —murmuró con una voz ronca, inclinándome en el
escritorio.
Me cogió
firmemente por el pelo, mientras que con la otra mano me subía la falda y se
bajaba los pantalones antes de arrancar definitivamente lo que me quedaba de
ropa interior. Me separó las piernas y antes de que pudiera enderezarme, sentí
cómo me penetraba con gran ímpetu, colmándome más de lo que me imaginaba.
Grité de
pavor.
Intenté
rebelarme, pero cuanto más forcejeaba, más su miembro me penetraba furiosamente
y hasta el fondo.
—Me
encanta que seas siempre tan acogedora y estés tan mojadita —susurró con una
voz grave, mientras empezaba a moverse más rápido.
Detestaba
sus palabras porque eran ciertas. Nadie nunca me había follado de aquella
manera, y aunque lo despreciaba, me sometía y me hacía sentir inferior a él. La
verdad es que me gustaba, y en el fondo me excitaba más de lo que jamás me
habría imaginado.
De repente
sentí sus manos recorriéndome el costado hasta llegar a los pechos, que me asomaban
por el escote. No podía verlo, pero sentí que me apretaba los pezones con los
dedos y los trituraba hasta volverlos turgentes y duros, provocándome un
malestar agradable cuando rozaban con la madera del escritorio a cada
embestida.
—Alekséi
—murmuré, presa de un deseo incontrolable, mientras él, retornando las manos a
mi torso, las deslizaba entre mis muslos hasta llegar al botoncito, al que
prodigó el mismo trato que a mis pezones.
En unos
segundos mi cuerpo se contrajo bajo los espasmos de un orgasmo que me golpeó
con la violencia de una tormenta.
—Basta,
te lo ruego —le supliqué, mientras sentía que se me contraía todo el cuerpo
alrededor de su pene, que continuaba perforándome la vagina, y no dejaba de
hacerme cosquillas con las manos.
—Soy yo
quien decide cuándo parar —me advirtió con una voz dura e inflexible—. Quiero
que disfrutes de nuevo.
—No
puedo más —jadeé mientras mi cuerpo se dejaba llevar de nuevo entre las manos
de Alekséi.
Entonces
sentí que venía contra mí. Suspiré de satisfacción, esperando que esa tortura
llegara a su fin. Pero me encontré de nuevo movida hacia adelante, con una mano
suya sobre mi pecho y la otra a la altura del clítoris.
Excitada
por el orgasmo que todavía palpitaba en mi interior y por sus dedos que
jugueteaban entre mis piernas, sentí cómo otro orgasmo me recorría entera.
—Está
bien, mi pequeña babushka —dijo sonriendo, liberándome de su cuerpo.
Me vestí
precipitadamente, intentando borrar de mi memoria lo que acabábamos de hacer.
El tanga era irrecuperable, así que lo tiré. En estas, Alekséi abrió un cajón
del escritorio y sacó una cajita que me tendió.
—¿Qué
es? —pregunté sentándome en sus rodillas.
—Ábrela.
Obedecí
y hallé en el interior un anillo de oro blanco con diamantes engarzados. La
piedra del centro era un diamante de corte brillante, rodeado de dos gotas de
agua de diamantes. Era un anillo excepcional, el más bello que jamás haya visto.
—¿Qué
quiere decir esto?
—Eso
depende de ti.
—No soy
ninguna puta —aclaré, poniéndome el anillo en el dedo anular derecho con una
cierta avidez.
—Nunca
dije que fuera el pago por tus servicios.
—No,
pero lo has pensado.
—Pienso
lo que me da la gana, haz tú lo mismo con tus cosas.
—Entonces
tomo este anillo como una proposición por tu parte —lo desafié, dispuesta a
hacer de su vida un infierno, al menos lo mismo que yo había vivido a su lado
durante meses.
Se
ensombreció repentinamente:
—¿Una
proposición? ¿Qué tipo de proposición?
—De
matrimonio —exclamé, incapaz de creerme mis propias palabras.
¿Cómo
podía imaginarme una cosa así? ¿Acaso me estaba volviendo loca o bien el estar
tan cerca de un hombre así me hacía desear cosas a las que jamás habría
aspirado?
—¡¿Qué?!
—Sí,
quiero, Alekséi. Quiero casarme contigo —seguí yo, disfrutando enormemente del
descontento que le apareció en el rostro, antes de echarme a reír.
—¡Vete!
Tengo cosas que hacer —me espetó a modo de respuesta.
—Yo
también. Tengo una boda que preparar —dije como mofa.
Alekséi
masculló algo en ruso que me costó un poco entender. Creo que acababa de decir
que se casaría conmigo antes muerto que vivo.
—Alekséi,
cariño, sabes que yo no hablo ruso. Dilo en mi lengua, por favor.
—Te he
dicho que desaparezcas. Espero a alguien y quiero verme con él a solas. Tenemos
que tratar de negocios.
Su tono
serio y su mirada determinada me dieron a entender que el invitado esperado era
una persona muy importante. ¿De quién se trataba? Necesitaba saberlo sí o sí,
así que intenté ganar algo de tiempo besándolo, pero de nuevo me apartó.
—No me
obligues a ser maleducado, Danielle.
—Vale,
tú ganas —dije con un suspiro de rendición.
Al
llegar a la puerta pude oír a Alekséi responder al teléfono y decir a los
guardias que hicieran entrar al invitado. Lo dijo en ruso, pero comprendí
perfectamente cada una de las palabras, y sabía que si quería pillar a esa
persona necesitaría encontrar una excusa para bajar al salón pasando por el
pasillo principal y la gran escalera.
Me
dirigí lentamente a la puerta y salí.
En vez
de regresar a la habitación que me había sido asignada, continué mi camino por
el pasillo central que acababa en la gran escalera, la cual separaba en dos
partes simétricas y opuestas que llevaban ambas al salón de la planta baja.
Con una
verdadera satisfacción, me crucé con el invitado de Alekséi justo cuando subía
por los primeros escalones de la escalinata.
Llevaba
gafas de sol que le ocultaban en parte el rostro, pero tenía algo familiar.
Aguardé todavía un poco más, esperando a que llegase arriba del todo de las
escaleras, para pasar a su lado. Me echó un vistazo que no pasé desapercibido,
pero siguió su camino, como si no hubiese pasado nada. Me habría gustado
acercarme a él y hablarle, pero sabía que una actitud así habría suscitado
sospechas; pero tampoco podía dejar pasar aquella ocasión única de conocer a la
persona con la que Alekséi hacía contrabando de diamantes o mediante la cual
los intercambiaba por otra cosa. Llevaba ocho meses esperando ese instante.
Hasta me
había acostado con ese ruso para meterme en su domicilio, donde sabía que
tenían lugar los encuentros más interesantes y provechosos. ¡Y ahora se me
presentaba la ocasión! El hombre me rozó y yo fingí indiferencia, y cuando me
fui hacia la escalera, respiré el olor de su after shave. Era un perfume
especial y muy caro. Sólo conocía a un hombre que lo llevaba, un hombre con el
que tuve una relación durante casi un año, una relación basada en breves
encuentros episódicos de sexo, así como algunas charlas en las que hablábamos
de trabajo y de nuestros sueños de gloria.
Había
pasado casi un año desde nuestro último encuentro, pero de repente me vino a la
mente la imagen de mi ex. El pelo rubio, los ojos azules, una mandíbula
cuadrada, la nariz aguileña, estatura y peso en la media… Reprimí una
exclamación: “¡Ryan!”
De
repente me giré, alterada. Él también se había girado y se había quitado las
gafas. Tenía el pelo más largo y llevaba barba, pero sin duda era él. ¿Cómo
podía ser? Volví a pensar en aquel año con él y en los problemas que tuve… Me
acordaba de todas las veces que le confié mis dudas sobre el hecho que otra
persona de mi entorno iba detrás de mí.
—¿Cómo
has podido hacerme esto?
Entendí
en ese instante que era él quien me había puesto palos en las ruedas desde el
principio. En aquel preciso instante entendí todo lo que me había manipulado y
cómo se había esforzado en involucrarse en mis planes. Como por instinto,
busqué la pistola que tenía escondida en el fondo del bolsillo de la falda,
pero me di cuenta demasiado tarde que me la había dejado en la habitación
cuando Alekséi me había llamado. Ryan hizo lo mismo y vi de repente el cañón de
su arma apuntándome.
—Kendra,
no te lo tomes como algo personal, pero sólo uno de los dos saldrá vivo de
aquí.
—No es
necesario que esto acabe así —intenté convencerlo, bajando lentamente los
escalones sin darle la espalda.
Estaba
claro que iba a delatarme a Alekséi, a partir de ese momento ya no tendría
ninguna escapatoria. ¡Tenía que dejar la mansión a toda leche! Además, después
de la humillación que había vivido, la rabia me movió a coger el teléfono móvil
para llamar inmediatamente a mis contactos del exterior para decirles que no se
fiaran de Ryan.
—¿Qué
diablos pasa aquí? —gruñó la voz de Alekséi, desviando la atención de Ryan.
Yo tenía
suficiente experiencia para entender que me habían pillado, así que hice lo
único que todavía se podía hacer: cogí el teléfono y empecé a escribir un
mensaje para explicar lo que pasaba.
—¡Suelta
ese móvil! —gritó Ryan fuera de sí en cuanto se dio cuenta, cogiéndome poco
antes de que enviase el mensaje.
Vi que Alekséi
detenía a Ryan con un gesto y se dirigió hacia mí. Su mirada parecía una fina
lámina gris de escarcha, dispuesta a romperse y estallar en mil pedazos, los
cuales alcanzarían a cualquiera que estuviera cerca.
Unos
ocho meses a su lado me habían enseñado que él no habría dudado en hacerme
pagar caro cada segundo que había pasado junto a él y que yo había aprovechado
para fines personales. El perdón era algo que él jamás me habría concedido. No
tenía ninguna duda sobre eso. Haría lo que fuese para destruirme. Pero
únicamente después de una confesión completa para descubrir hasta dónde había
llegado yo actuando de aquella manera durante todo aquel tiempo.
—Dame tu
móvil —resopló con una voz rara a un paso de mí, tendiéndome la mano.
Miré
rápidamente la pantalla, y eché de menos los antiguos móviles donde sólo
bastaba con apretar una tecla fácilmente identificable en vez de ser todo
visual. Sólo tenía que apretar “Envía” con el pulgar. Iba a hacerlo, cuando la
mano de Alekséi me alcanzó rápidamente. No me dio tiempo a mover el brazo para
evitarlo, pero al mismo tiempo sonó un disparo en la mansión.
No vi el
proyectil que venía en mi dirección, y entonces sentí un fuerte dolor a la
altura del pecho que me cortó la respiración y me echó hacia atrás. Los tacones
de mis zapatos perdieron el punto de apoyo y antes de que pudiera agarrarme al
brazo de Alekséi, caí al vacío. Apenas pude tocar los dedos de Alekséi antes de
empezar a descender hacia mi propio fin. La última cosa de la que me acuerdo
era pronunciar débilmente su nombre, como una llamada de auxilio desesperada y
luego… el dolor.
Sólo el
dolor me hacía sentir viva, a pesar de la bala alojada a unos centímetros del
esternón y los golpes contra los escalones mientras caía hasta los pies de la
escalinata.
Y luego
la oscuridad total.
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