martedì 27 agosto 2024

Me saltaré las reglas por ti - Primer capítulo

 


Easton era escéptico. ¿Su padre se pensaba que de verdad podía acoger a la hija de su nueva pareja sin consecuencias?
Y como si eso no fuese suficiente, ¿se creía la querida Alice que podía entrar en su vida sin someterse a sus reglas?
Cuando Alice aceptó esa nueva vida al lado de su madre y su nueva familia para ir a la universidad, ya temía que no iba a ser fácil. Pero no tanto.
Un beso bastó para transformar una experiencia ya difícil de por sí en un verdadero infierno.
Por desgracia, a ella no le daba miedo quemarse, y antes incluso de encontrar su lugar, está dispuesta a declarar la guerra y a destruir a ese que sólo ansía una cosa: humillarla y someterla. Si es cierto que en la guerra y en el amor todo vale, entonces será una lucha feroz.


Capítulo 1


ALICE

 

Me sentía culpable. Dejar a mi padre y a Book solos en Seattle me pesaba en el corazón como una gran losa. Me sentía como una traidora, una vendida, una oportunista, que anteponía su carrera universitaria a su familia. Ni siquiera lo que me dijo mi padre me reconfortaba.

—Alice, te ofrecen lo que llevas deseando desde siempre y lo que te mereces. Ni se te pase por la cabeza dejar pasar esta ocasión por mí. Si lo haces, me sentiré culpable por haberte frenado y por haber comprometido tu futuro.

Yo sabía que él tenía razón, pero no era capaz de ser positiva. Él y yo formábamos un uno desde que mi madre decidió mudarse a Eugene, Oregón, para obtener el ascenso que tanto deseaba.

Yo me negué a seguirla por el afecto que sentía hacia mi padre, nuestro perro, mis amigos y mi instituto. Pero hoy en día las cosas son diferentes.

He obtenido mi diploma, mis amigos se han ido a otras universidades del país, mi padre trabaja todo el día y desde que los vecinos habían adoptado una perrita, Book no paraba de merodear por su casa.

Las obras de la casa, que se caía a pedazos, engulleron el dinero de mis estudios, y mi madre tenía demasiados gastos como para ayudarnos. Aunque mi padre y yo igualmente éramos ambos demasiado orgullosos para pedirle ayuda financiera.

Desde que mi madre se fue y se separó de mi padre, crecí con el peso de las responsabilidades. Me hice cargo de todo de lo que se ocupaba ella antes y siempre me sentí como un pilar para mi padre.

Actualmente ya no sabía qué hacer y seguía diciéndome si había tomado la decisión acertada abandonándolo a su suerte para estudiar en la universidad de Oregón, y pasar temporadas en casa de mi madre y su nueva pareja, Mitchell Carson.

Este, además, era el hermano del degano de la universidad, a la que yo podría acceder gracias a su recomendación y su apoyo financiero.

Por lo que parecía, mi madre se había enamorado de un hombre muy rico. Tan rico que ni pestañeó para pagarme los estudios sin ni siquiera conocerme, y tan enamorado como para hacer cualquier cosa para cumplir el sueño de su pareja de tener de nuevo a su hija a su lado.

Siempre quise ir a la universidad y obtener un diploma en periodismo, pero el precio a pagar era muy elevado cuando pensaba en mi padre, y en el hecho de haberlo dejado y preferir a la mujer que nos había abandonado para recorrer el mundo como fotorreportera para una revista.

Lo único que me convenció para subirme al autobús y soportar más de seis horas de viaje era que mi padre se sintiera orgulloso y explotar al máximo esa oportunidad realmente única.

Me reí amargamente al bajar del bus cuando recibí el mensaje de mi madre que me advertía que se había retrasado con un reportaje de fotos y no podía venir a buscarme.

Lo contrario me habría sorprendido… ¿No cambiarás nunca, verdad? Siempre te ha costado mucho hacerle un hueco a tu hija.

Sin perder el valor, cogí un taxi y me dirigí hacia la dirección que me había dado. Seguramente debía de haber alguien para abrirme la puerta y ayudar a instalarme.

Cuando el coche se detuvo frente a la gran casa rodeada de césped, me quedé maravillada de tanta riqueza. Para mi mayor sorpresa, la verja de hierro estaba abierta, el camino arbolado estaba lleno de coches y de la casa provenía un bullicio y una música ensordecedores. Bajé del taxi aturdida y agotada del viaje, y me dirigí hacia la casa.

Me acerqué dudando a esa estructura cúbica, de color tierra, que se fundía en su entorno natural. Era una villa futurista, dividida en cubículos apartados que debían de ser las diferentes habitaciones. Dos grandes cubos, uno de ellos dotado de un gran ventanal, constituían la base. La planta superior tenía al menos seis habitaciones más pequeñas, divididas en cubos a su vez, que creaban un juego fascinante de huecos y salientes, y cuyas grandes ventanas daban a los jardines de alrededor.

Me percaté enseguida que había un ir y venir continuo de jóvenes que se divertían y corrían por todas partes. Algunos bebían cerveza, otros iban en bañador, otros se secaban… El clima era todavía muy cálido para ser septiembre y yo llevaba un par de leggins y un top ligero.

Desorientada e incapaz de encontrar a alguien que me ayudara, arrastré mi equipaje por toda la casa, pasando por al menos dos salones hasta llegar a la parte de detrás, que se abría en un espacio de barbacoa y piscina. Ahí fue cuando me di cuenta que aquello debía de ser una fiesta. La piscina estaba llena de gente de mi edad y la música era ensordecedora. Miré a mi alrededor. Sabía que la pareja de mi madre tenía hijos, Easton y Jake, uno de ellos de mi edad, pero yo no los conocía. Nunca había visto una foto suya y mi madre me había dicho que no vivían siempre con su padre.

Aturdida por ese alboroto, agotada y sudando por el viaje, dejé mi maleta contra una pared e intenté infiltrarme en ese frenesí para pedirle ayuda a alguien. Nunca se me ha dado bien romper el hielo e iniciar una conversación con desconocidos, pero tomé la iniciativa.

Fui a acercarme a una joven en bikini que bebía una Pepsi cuando vi llegar a un chico que acababa de salir del agua. Me giré y me fijé en sus ojos azul hielo que me miraban. Me alejé de la chica y me dirigí hacia él, con la esperanza de tener delante de mí a uno de los hijos de la pareja de mi madre. Lo recorrí con la mirada. Debía de sacarme seguramente unos veinte centímetros y sólo llevaba unas bermudas azules en su esvelto y esculpido cuerpo.

Me fascinaba su piel bronceada, tan diferente de la mía, blanca como la leche, pero sobre todo me fascinaba el tatuaje que le cubría el brazo derecho hasta el hombro. Era una reproducción de la litografía “Relatividad” de Escher, una sucesión de escaleras que salen en diferentes direcciones y dan una impresión de irrealidad y de paradoja. Sin embargo, los personajes eran dragones que sobrevolaban la escena, hasta el hombro, donde había un dragón agarrado aún más grande, con las garras tan largas y afiladas que parecían penetrar en la carne. Unas heridas y sangre, tatuadas en la base de las patas del animal hacían que el efecto fuera más realista.

¿Qué puede llevar a una persona a tatuarse heridas y otros delirios? Perturbada por esa imagen, me concentré en su rostro y en su mandíbula cuadrada, con las mejillas altas, la nariz recta y la boca carnosa curvada con una sonrisa enigmática e insolente que le confería un aspecto arrogante. Todas las células de mi cuerpo me gritaban que ese muchacho no iba a traerme más que problemas.

Cuando estuvo a un paso de mí, me fijé en las gotas de agua que seguían deslizándose por su pelo castaño ondulado hasta caerle por el rostro, y acabar en su dorso y en sus pectorales perfectos y su vientre plano. Había algo intimidante en ese chico. O quizá era sólo la fatiga del viaje.

Yo no era una pusilánime, pero el hecho es que no conseguí pronunciar palabra alguna. Me quedé allí esperando oír el sonido de su voz, mientras su presencia aspiraba por completo el espacio que había entre nosotros. Se inclinó hacia mí. Nuestras miradas se quedaron suspendidas, y durante un instante tuve la sensación de que no podía escapar.

Me habría gustado reaccionar, pero estaba tan cansada que cedí a esa proximidad que me volvía vulnerable e incómoda.

—Tú debes de ser Alice Preston —murmuró, el volumen de la música me impedía casi oírlo y tuve que acercarme más a él.

Entendí con alivio que era más que probable que fuera uno de los hijos de la pareja de mi madre. Esbocé una sonrisa y asentí, agradecida por haberme encontrado a alguien que pudiera ayudarme. Pero algo cambió bruscamente. Con un gesto rápido, puso su mano derecha en mi rostro mientras me rodeaba la cintura con el brazo, enganchándome a él.

No fui lo bastante rápida para recular. Sólo me dio tiempo a levantar las manos y a ponérselas en el torso mojado y frío. Ese cambio de temperatura de caliente a frío me hizo estremecer.

Intenté entender qué estaba pasando, pero con la mano me obligaba a mirarlo a la cara, girada hacia él, con los ojos fijos en los suyos y con nuestra respiración fusionándose.

Di un paso atrás, pero mi gesto hizo que él me apretara aún más, con la mano izquierda abierta en mi espalda. Sentí que con su cuerpo húmedo me mojaba la ropa cada vez que nos tocábamos. Ese frescor me sentó bien, pero el contacto físico inesperado me asustaba, y sólo quería buscar espacio y oxígeno

—Pero qué… —murmuré intimidada, intentando entender la situación, pero mis palabras se perdieron en sus labios repentinamente pegados a los míos.

¡Ese chico me estaba besando! Intenté empujarlo pero era como mover un muro, y me encontré con la espalda pegada a la pared y su mano bajándome por el culo. Estaba enfadada y desorientada por lo que me estaba pasando, así que le sujeté la mano. Como respuesta, se me echó encima aún más, y me obligó con los labios a abrir los míos y responder a su beso.

Lo que más atónita me dejó fue que durante todo ese tiempo él seguía mirándome como si quisiera controlar mis reacciones y saber cuánto tiempo yo tardaría en ceder. A pesar del cansancio, no me di por vencida y me quedé tiesa bajo sus embistes.

No sé cuánto tiempo estuvimos abrazados y besándonos. Cuando se me desenganchó, yo me tambaleaba, con las piernas flaqueándome. Lo que me mantenía en pie era su brazo alrededor de mis hombros, mientras él se giraba hacia sus invitados, que nos miraban, curiosos y divirtiéndose.

—Amigos, os presento a Alice, mi nueva hermana —gritó eufórico, provocando una explosión de risas entre las personas allí presentes, que lo felicitaron por el recibimiento que me había dedicado.

Estaban contentos de ver a uno de los suyos besar de esa manera a una chica que era su hermana. Por lo que se veía, ese gesto incestuoso, lejos de sorprenderlos y de suscitarles desprecio, había hecho que subiera cien puntos la cota de popularidad y el ego de…

¿Cómo se llamaba?

—Easton, no dejas escapar una, ¿eh? —exclamó un chico rubio chocando la mano con el muchacho que acababa de besarme, se giró y se tiró a la piscina.

Easton.

Miré furiosa a mi hermanastro, al que conocía desde hacía menos de un minuto. La sonrisa de insolencia y arrogancia con que me miró al girarse se me quedó impresa en la memoria. No olvidaré jamás esa expresión triunfante y presuntuosa.

Una parte de mí habría querido abofetearlo y ahogarlo en la piscina, pero estaba demasiado acostumbrada a tolerar y a mantener la compostura. Además, estaba agotada por el viaje, y me sentía sola sin mi familia y mi casa.

Estaba afectada y desolada por lo que acababa de vivir, cogí mi equipaje y me dirigí hacia la salida, sin ni siquiera devolverle la mirada a Easton y a sus amigos, que empezaban a reírse de mi huida. Tenía ganas de llorar y sentía que el miedo crecía en mi interior por haber cometido un terrible error y aceptar la propuesta de venir a Oregón. 

Ya estaba fuera y a punto de llamar un taxi cuando vi llegar a mi madre al volante de un coche nuevo. ¡Y menudo coche! Un Maserati de última generación, lo totalmente opuesto a la tartana que mi padre cogía para ir a trabajar, eso cuando arrancaba.

—Alice, perdona por no haber ido a buscarte a la estación de autobuses —se excusó enseguida abrazándome fuerte.

No respondí, y ella entendió de inmediato que no estaba de humor para perdonarla.

—¿Ya has entrado? —me preguntó

—Sí. Me he encontrado con Easton, tu hijastro —respondí irritada, dispuesta a revelarle el recibimiento humillante y obsceno que me había dedicado justo cuando el chico en cuestión llegó y nos interrumpió.

—Easton, ¿otra fiesta? ¿Te has olvidado de lo que dijo tu padre la última vez? —dijo mi madre con un tono de reproche tan indulgente y suave que me entraron ganas de romper lo primero que tuviera a mi alcance.

—La he organizado para celebrar la llegada de tu hija. Espero que le haya gustado —respondió lanzándome una mirada provocadora que me sacó de quicio.

—No, no me ha gustado nada —espeté yo sin dejarme intimidar— Odio las fiestas y odio a los chicos arrogantes e imbuidos de sí mismos que se piensan que van de dioses por la tierra, haciendo libremente lo que quieren y que no tienen escrúpulos a la hora de incomodar a los demás.

—¡Eh, eh, chicos! —se alarmó mi madre, preocupada—. Está claro que habéis empezado con mal pie, pero os recuerdo que a partir de hoy seremos una familia. Tenéis que entenderos, ¿vale? Mitchell y yo queremos que nuestros hijos tengan una relación pacífica y amistosa. También le hemos insistido al degano de la universidad para que estéis en la misma residencia mixta para que podáis estar más cerca el uno del otro.

—Fantástico —resoplé amargamente.

—Alice, entiendo que no ha debido de serte fácil aceptar esta mudanza. Pero me gustaría que dejaras tus problemas aparte y que intentaras entenderte con Easton. Él ha nacido y crecido aquí. Conoce a todo el mundo y tiene muchos amigos. Estoy segura de que sabrá acogerte bien —lo defendió.

Estaba preparada para montar una escena. Mi madre acababa de llegar, no sabía por qué estaba yo enfadada, pero ya había sentenciado que la culpable era yo y no Easton.

Me habría gustado echarles en cara todo mi desprecio y rencor, pero no podía olvidar que había aceptado ir a vivir a Oregón y acudir a la universidad que me pagaba su nuevo prometido. Era el precio a pagar por mi elección.

 

***

EASTON

 

¿Cómo podía saborear la satisfacción de haber humillado y cabreado a la chica que mi padre quería que yo considerara mi nueva hermana pequeña, mientras ella seguía mirándome de reojo y parecía no ceder a mi posición privilegiada? Desde el instante en que la vi, me quedé hipnotizado por su actitud de orgullo y desenfado, a pesar del cansancio que se le leía en el rostro.

El aura intocable e inviolable que emanaba de ella me sacó de mis casillas, hasta el punto de cogerla y besarla porque sí delante de todo el mundo, luego la dejé sola, expuesta a la mofa de los demás. La fiesta era mi arena, y yo era el gladiador. Jamás permitiría que una chica entrara en mi territorio sin hacerle pagar las consecuencias.

Estaba seguro de que el mensaje había calado, pero sus ojos verdes no se sometían, y su pelo rojizo era como llamas ardientes dispuestas a tirarse encima del que se le acercase. Podría haber sido atractiva sin esas pecas poco agraciadas en el rostro, sobre todo en la nariz y en las mejillas, y si no hubiera parecido tan frágil, como una muñeca.

—Easton, ¿por qué no le enseñas a Alice la habitación que le hemos preparado mientras yo voy a buscar al servicio y acabo con esta fiesta antes de que llegue tu padre? —me pidió amablemente Helena, la madre de Alice.

En situaciones normales, yo me iría sin más, Helena siempre era amable conmigo y a menudo me había defendido frente a mi padre. Así que acepté y me aparté para dejar pasar a nuestra nueva invitada. Como un gentleman. Lástima que esa imbécil pasara tan cerca que me pisó los pies, descalzos, con su maleta. Apostaría a que lo hizo queriendo, y su sonrisita disimulada demostraba claramente que estaba gozando grandemente con su pequeña y estúpida venganza. ¡Otra vez ese aspecto orgulloso y altivo! ¡Dios mío, mira que la odiaba! Tendría que haberla tirado a la piscina en vez de contentarme con mojarle la ropa allí donde le tocaba con mi cuerpo húmedo.

Me prometí que haría todo lo posible para hacer de su vida un infierno. Al menos hasta que nos fuéramos a la universidad en dos días. Después, la perdería de mi radar. Tenía el don de hacerme explotar con su sola presencia. Oculté el dolor del pie y seguí a la muchacha indicándole las escaleras hacia la planta superior. Su habitación estaba al fondo del pasillo, cerca de la mía. Abrió la puerta sin decir una palabra.

—Bienvenida al infierno —exclamé para intimidarla, esquivándome cuando pasó delante de mí con su maleta para entrar.

Me lanzó un enésimo desafío.

—El infierno es mi hábitat natural. Tú ten cuidado de no quemarte —me respondió de manera impertinente.

—Cuidado con cómo me hablas —la amenacé.

—Lo mismo te digo.

Irritado por su obstinación y sus ganas de tener siempre la última palabra, cerré la puerta y me fui. Iba a volver a la piscina cuando Helena me detuvo de nuevo.

—Tu padre llegará en una hora. Vamos a cenar un poco antes hoy. ¿Puedes avisar a Alice?

—¿No puedes hacerlo tú? —le espeté nervioso—. Es tu hija, no la mía —yo no estaba al servicio de nadie.

—Tengo una llamada —me dijo mostrándome el móvil encendido al oído.

Vencido y cansado por todo el follón que había provocado la llegada de Alice y de mi padre, me despedí rápidamente de mis amigos y volví a la planta de arriba. Iba a tocar, pero decidí abrir la puerta sin avisar.

—Espero quedarme en esta casa lo menos posible. No me siento bienvenida y mamá… Ya no forma parte de mi vida. Prefiere su nueva vida antes que a mí —murmuraba ella inquieta y angustiada, moviendo rápido las manos, temblorosas—. Ya lo sé, papá… Pero no quiero quedarme aquí. Te echo de menos.

Su padre respondió, y a ella se le escapó una risa ronca. Parecía a punto de llorar, pero mantuvo la compostura.

—Tienes razón, todo irá bien. Sólo tengo que acostumbrarme y coger distancias con ese que me ha recibido de la peor manera posible. Todavía tiemblo sólo de recordarlo.

¡Mírala…. la chica orgullosa e imperturbable ya no es tan fría ni insensible como parecía!

Respiré hondo y saboreé ese poder que ya sentía sobre ella. Destruirla iba a ser más fácil de lo que había previsto. Cerré silenciosamente la puerta y volví a bajar.

¡Que le den si nadie la avisa que se ha avanzado la cena!


Quiero saber más.




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