Capítulo 1
GINEBRA
“No lo sé, Maya. Quizás es mejor si lo dejamos así”,
susurré, intentado calmar la ansiedad que me estaba asaltando.
“Ginebra, vamos, déjate llevar por una vez! No
estás cansada de tener que someterte a las reglas de tu familia? No me digas
que una parte de ti no desea otra cosa que salir del seminario y divertirse,
como hacen todas las muchachas de nuestra edad!”, resopló mi amiga, quejándose.
Claro que lo quería! Pero no era tan fácil para
quien tenía sangre italiana de los Rinaldi en las venas.
Ser la hija de un jefe de la mafia, significaba
tener una vida prestablecida, dentro de un conjunto de reglas y de limitaciones,
impuestas por un padre jefe.
Incluso si era la hija más pequeña, esto no me hacía
más libre y, cada error o transgresión, era siempre castigado con severidad.
Por ello había aprendido muy pronto a respetar los deseos de mi familia.
Me había siempre comportado de manera
impecable, pero en los últimos años, desde que había comenzado la universidad, había
empezado a sufrir por la rigidez típica de mi padre y por la perfección de mi
madre.
Me sentía cambiada desde que había entrado en
contacto con una realidad tan vasta como la universidad, con sus estudiantes
que no eran seleccionados y evaluados de la forma en que lo hacía la escuela
católica femenina en la que había estudiado hasta ahora.
Había aprendido que existían distintos estilos
de vida y que, sin la presencia de mi padre en el consejo del instituto, a
nadie le importaba que yo fuera una Rinaldi.
Por primera vez en mi vida me había concedido
ser yo misma y abrazar nuevos ideales que mi padre aborrecía.
En los últimos dos años me había vuelto la
oveja negra de la familia, a quien evitar o tratar como a una pobre
desadaptada, pero la verdad era que nunca antes me había sentido tan viva.
Había roto lentamente las pequeñas cadenas que
me anclaban a la familia, pero todavía estaba muy lejos de la libertad y de
hacer aquello que quería, como tomar una decisión clara sobre mi futuro
sentimental o profesional.
Hasta ese momento me había limitado a mirar a Maya,
la hija del contador del patrimonio de los Rinaldi y mi única amiga, mientras transgredía
las reglas de su familia, que seguía servilmente las leyes de mi padre.
Había envidiado a Maya cada vez que me llamaba
por teléfono, pidiéndome que la cubriera con sus padres cuando quería
encontrarse con sus amigos, que no agradaban a sus padres o, cuando salía con
un muchacho.
Siempre había admirado la valentía con la que
desafiaba los deseos de su familia.
Muchas veces había deseado ser como ella, pero
el peso de mi apellido, siempre me había bloqueado.
Sin embargo, Maya tenía razón: no podía
continuar así. Apenas había terminado mi último año de universidad y todavía no
había experimentado la emoción de una pequeña escapada, de un encuentro secreto
con un muchacho o de una pequeña locura, como una noche de paseo con personas
que no conocía.
“Ok, hagámoslo!”, exclamé entusiasmada, pero
con la voz aún cargada de temor.
“Verás que irá todo bien. Lo hice cientos de
veces y te puedo asegurar que nunca he tenido problemas”, me aseguró Maya.
“Sólo tengo miedo que alguien me reconozca o
que mi padre lo descubra.”
“He tomado todas las precauciones del caso.
Mira aquí”, me dijo, dándome una peluca rubia con rulos.
“Estás bromeando, verdad?”, dije horrorizada.
“Tesoro, eres la hija del propietario de la
mitad de Rockart City. No puedes considerar ir de paseo sin llamar la
atención.”
“Ya nadie sabe quién soy. Pasaron dos años
desde que mi padre no me incluye más en sus entrevistas y no me invita ni
siquiera a sus ceremonias de inauguraciones. De todas formas, la gente cree que
él tiene dos hijos. No tres. Mis apariciones a su lado se redujeron al mínimo
desde que me hice vegetariana y empecé a hablar de derechos civiles.”
“Todavía no te ha perdonado por ser
vegetariana?”, se rió Maya.
“No, cuando como con él, siempre me hace poner
en el plato un bistec, que yo rechazo, lo que hace que se vuelva loco. De todas
formas, como casi siempre sola en las dependencias donde me han relegado”, conté
triste. Era difícil no sentirse aceptada por la propia familia.
“Que guay! Allí estás sola y puedes hacer lo
que quieres!”.
“Ojalá! Recuerda que en mi casa hay tele-
cámaras por todas partes y la vigilancia siempre está presente. No existe la
privacidad y me pregunto a menudo si podré alguna vez separarme de mi familia y
vivir mi vida. Quisiera encontrar un trabajo, casarme con un hombre que ame…”
“Mientras te quedes en Rockart City, será
imposible. Al este del río Safe River
no se mueve una hoja sin que tu padre lo autorice… Tu única esperanza es irte
muy lejos de aquí, a un lugar donde tu padre no pueda llegar, sabes muy bien,
que él no te dejará nunca hacer lo que quieres. Hará de todo para impedirte que
trabajes, para asegurarse que no puedas mantenerte y cortar ese cordón
umbilical con el que te encadena todavía con veintitrés años!”.
“Y seguro que no me permitiría casarme con
quien yo quiera.”
“Olvídalo! Ginebra, te alcanza con pensar en
todas las relaciones amorosas que has tenido hasta ahora.”
“He tenido sólo una. Duró tres días, en mi último
año de escuela.”
“Daniel Spencer, verdad?”
“Sí. Apenas pude darle mi primer beso, antes de
saber que él y toda su familia habían sido exiliados para siempre de Rockart
City.”
“Todo por un beso… Piensa si hubieras ido a la
cama.”
“Hubiera terminado en las mazmorras del
castillo como los prisioneros de guerra”, reí débilmente, aunque en realidad
siempre había pensado que lo habría hecho en serio. Todavía no había olvidado
la furia y la cachetada de mi padre, cuando había descubierto que estaba
enamorada del hijo de David Spencer, el hombre que le había hecho perder un
negocio dos años atrás.
Edoardo
Rinaldi era un hombre que guardaba rencor de por vida.
“Bien, te puedo garantizar que esta vez no te
pasará nada y tu padre nunca lo sabrá”, me alentó Maya, poniéndome la peluca
rubia sobre el cabello castaño, que me llegaba hasta la espalda.
Me miré en el espejo.
Me dio ganas de reír porque estaba
irreconocible con el eyeliner negro y el cabello largo hasta la cintura.
Además, el vestido que me había hecho poner Maya, era lo opuesto de mi look
clásico convencional.
Ese vestido rojo sin hombros y ese abrigo de
piel negro, con mangas tres cuartos me daban un aire de mujer cosmopolita,
emprendedora y transgresiva. Todo lo que no era.
“Cómo es posible que tu padre no te haya dicho
nada respecto a todas estas compras?”, exclamé sorprendida.
“Mi padre no es desconfiado como el tuyo, pero
me controla cada compra que hago con la tarjeta de crédito y mi madre se mete
en mi vestidor una vez al mes, si mi padre se queja del extracto bancario.”
“Tu madre es igual a la mía. Cómo haces para
que no te regañen por este tipo de compras?”.
“Mi madre no sabe nada de esta segunda vida mía.
Tengo un acuerdo con la empleada del negocio. Ella me deja probar estos
vestidos en casa por un día y, yo se los devuelvo intactos la tarde siguiente,
cuando voy a cambiarlos por algo que se parezca más a los gustos de mi madre”,
me reveló, mostrándome la etiqueta todavía adherida al vestido, antes de
esconderla dentro del escote, debajo de la axila derecha.
“Eres genial!”.
“Lo sé, pero recuerda tratar a este vestido con
cuidado, porque mañana debo llevarlo de nuevo al negocio y debe estar en
perfectas condiciones.”
“Prometido!”.
“Bien, ahora salgamos. La empleada me ha dejado
las llaves del coche que usa para hacer las compras y, así bronceadas, nadie
nos reconocerá cuando nos dirijamos hacia la salida. Ni siquiera el
guardaespaldas que te trajo hasta aquí y que te controla desde el aparcamiento
fuera del portón.”
“Así lo espero, de lo contrario estoy muerta.”
“Por precaución, dejaremos los celulares aquí,
de manera que la señal GPS del teléfono no nos descubra. Además, en la cartera
llevaremos sólo dinero en efectivo y el documento falso que te conseguí. Recuerda
que por esta noche yo no seré Maya Gerber, sino Chelsea Faye y tú no serás Ginebra
Rinaldi sino Mia Madison, de Los Ángeles.”
“Has pensado en todo, eh?”.
“Ginebra, después de cinco años de fugas
secretas, podría evadirme incluso de una prisión”, rió Maya, aliviando la
tensión.
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